Como si no fuera poco lo que el mundo está experimentando en términos sanitarios, en nuestro país el conflicto político se acentúa, el débil consenso que parecía emerger en marzo se esfuma, los extremismos parecen predominar y la confianza se desploma. La política argentina en pandemia se caracteriza por su dramatismo

El liderazgo presidencial parece perder dinamismo luego del rol protagónico que asumió al comienzo de la pandemia. El Presidente parece haberse consumido el crédito en popularidad que el liderazgo decidido frente al virus le había otorgado. Aún más preocupante es que, independientemente de la valoración que se haga del manejo del gobierno de la cuestión sanitaria, detrás del mismo no parece haber ninguna gestión relevante de los asuntos públicos. Dicho de otro modo, hay un gobierno reactivo que no muestra resultados más allá de la resolución exitosa de la cuestión de la deuda. Hay áreas enteras del gabinete que brillan por su ausencia. Si bien es cierto que la pandemia trastocó los planes que Alberto podría haber tenido en diciembre de 2019, en algún momento el gobierno necesita mostrar una agenda proactiva; sobre todo a sabiendas de los tiempos difíciles que se avecinan.

Aún más, el gobierno se enfrenta a su peor fantasma: el rol de Cristina. A esta altura la pregunta relevante no es si gobierna Cristina, sino qué percibe la sociedad. Y por acción u omisión del Presidente, el segmento moderado que lo votó confiando en que era algo distinto a su vicepresidenta comienza a percibir que la que manda es ella. Tres eventos recientes fueron en esta dirección: la resolución de la crisis de la policía bonaerense, el resultado de la votación en el Senado sobre los jueces que investigan a Cristina y las recientes resoluciones del Banco Central sobre compra de dólares.

En los tres casos, la decisión final del gobierno parece haber quedado cerca de las preferencias de los sectores del kirchnerismo duro. Las mismas se suman al clima desolador de la salida de empresas y pérdida de empleo privado, que afecta la sensibilidad de esos los sectores medios.  Y así Alberto pierde credibilidad y se desgasta con esas clases medias urbanas que apoyaron su candidatura, mientras que Cristina (que ya no tiene condicionamientos electorales) gana al confirmar su ascendente sobre el gobierno y asegurarse sus objetivos estratégicos.

 Asimismo, el accionar del gobierno va resolviendo las internas de la oposición con miras a las elecciones de 2021. Si en algún momento Juntos por el Cambio apareció dividido entre los sectores “dialoguistas” y los “radicales”, la forma de actuar del gobierno genera incentivos para que los primeros también abandonen la estrategia de moderación. Más allá de si Fernández le había anticipado a Rodríguez Larreta su intención de quitarle fondos de coparticipación (y más allá de quién tiene razón en la cuestión de fondo), al jefe de gobierno porteño le resolvieron la disyuntiva entre empezar a oponerse o seguir siendo cooperativo y dialoguista. Rodríguez Larreta ya es candidato a presidente y la discusión interna en la oposición se unifica detrás de un discurso más duro. En el medio, aparecen las elecciones legislativas de 2021. En éstas, la estrategia de los actores políticos es radicalizarse: como no está en juego un cargo nacional como la Presidencia, los partidos pueden ubicar en sus listas distritales a los candidatos más extremos. Por lo tanto, es dable esperar que de aquí hasta dentro de un año la política argentina siga moviéndose hacia los extremos. Recién cuando la elección presidencial aparezca en el horizonte, los partidos tendrán incentivos para buscar más moderación.

Que este escenario se cumpla no son buenas noticias. Más radicalización es menos posibilidad de acuerdos que permitan resolver la difícil situación argentina. Además, un Alberto Fernández debilitado es un problema, ya que aumenta la percepción de que no está a cargo y que las decisiones reales pasan por el Senado. En cualquier caso, esto también aumenta la desconfianza hacia el gobierno.

En definitiva, estas últimas semanas profundizaron la una crisis de confianza en lo económico como en lo político. Es exactamente lo contrario a lo que la política en pandemia necesita.

*PhD en Ciencia Politica. (UNSAM-UTDT). Twitter: @jjnegri4