Mientras en el mundo se amontonan pronósticos cada vez más pesimistas sobre la posibilidad de salida del COVID-19, en Argentina el comienzo de la aceleración del ritmo de contagios llegó dos semanas más tarde lo previsto: 200/250 casos diarios se esperaban hace quince días como evolución satisfactoria. Ello sumado a que al mismo tiempo ha empezado una escalada de la cantidad de altas debería disipar los análisis más pesimistas. Sin embargo, hay un problema con la ubicación geográfica del empeoramiento del cuadro.

Que la Ciudad de Buenos Aires haya perdido el control de los casos en sus villas de emergencia pone en peligro al AMBA en su conjunto, la zona más hacinada del país, y al mismo tiempo la más dinámica económicamente. Con lo cual, si ya era complicado el retorno a alguna normalidad que permitiese amortiguar al menos un poco la caída por el parate productivo que impone la pandemia; y si el avance del conocimiento, que advierte que esto va para largo, agrava el diagnóstico todavía más, el pobre desempeño de Horacio Rodríguez Larreta dificulta sostener la pax política construida como chasis para cruzar el desierto.

Es cierto: el actual jefe de gobierno es preferido en el Frente de Todos ante la alternativa bolsonarista demencial que representa el ala opuesta de Cambiemos, sintetizada en Patricia Bullrich. Pero se hará arduo preservar el equilibrio si la gestión sanitaria porteña no mejora, probablemente porque es un espacio político más permeable a las presiones aperturistas. No pueden el presidente Alberto Fernández, que ha respaldado a Larreta todo lo que ha podido, aun contra la opinión de muchos de sus seguidores; ni Máximo Kirchner, que le ofreció apoyo si lo necesitase, hacer por el alcalde más de lo que él mismo hace (o no hace, mejor dicho).

Por supuesto que sigue siendo una locura pensar en abrir un frente de conflicto con CABA en el tiempo que se está atravesando. Pero tampoco sería sensato quedar pegado a un posible desbarranque focalizado cuando se ha hecho un esfuerzo gigantesco para evitar que aquí se repitan las imágenes trágicas de otros países. Incluso en materia económica, rubro en el que se venía actuando de modo lento y torpe, se ha mejorado bastante, y es de esperar que se siga evolucionando conforme avance la idea de que no se está frente a un paréntesis, sino ante un horizonte lejano de pelea contra un enemigo que apenas retrocederá por momentos.

Un desconfinamiento desmedido en Capital impactará en provincia de Buenos Aires, por muchos cuidados que en dicho territorio se tengan. ¿Quién puede dudar de que un desparramo en el más peronista conurbano es el escenario que espera el establishment para debilitar a los oficialismos nacional y bonaerense? Buenos, sí; tontos, no: se impone levantar la voz, si Larreta abandona la coordinación. En eso están Axel Kicillof y los intendentes, quienes con muchos menos recursos, con una situación socioeconómica y urbana infinitamente peor y sintiendo mucho más el apagón de actividad, obtienen resultados por lejos superiores.

El Gobernador, que ya cerró unas cuantas bocas prejuiciosas cuando se lanzó en una carrera para la que -se decía- no le daba el physique du rol y contra una contendiente –según se aseguraba- imbatible, ambos dictámenes que hasta gozaban de mayor consenso puertas adentro del FdT que entre el anterior oficialismo, hoy también debe soportar fuego amigo. Cuando se anunció la etapa de aislamiento en curso, hubo que leer que es larguero para hablar. No hay terapia que cure el enojo combinado con negación en política, muy difundido en el anticristinismo (peronista o no). De todas formas, si se enterase de tales señalamientos, no debería Axel preocuparse demasiado: será que no hay nada importante para reprocharle.