Nada le alcanzó a Mauricio Macri. Ni los u$s 200 mil millones de deuda privada, ni los u$s 57 mil millones del FMI (que encima le permitió usarlos a gusto, y no según lo que el reglamento del organismo indica), ni la complicidad mediática, ni la por lo menos sospechosa coordinación de algunos integrantes del Poder Judicial con las necesidades del oficialismo durante cuatro años. Se sumó al selecto grupo que integran sólo otros 21 titulares de poderes ejecutivos de cada 100 a nivel mundial que intentaron su reelección y no la consiguieron, siendo el tercero de Latinoamérica y el primer argentino en dicha galería. Difícilmente alguno de todos ellos haya contado con el respaldo que el presidente saliente argentino tuvo en sus cuatro años para terminar sin siquiera poder forzar un balotaje en el plebiscito de su gestión. Con muchas más dificultades y doce años de desgaste a cuestas, el kirchnerismo lo llevó al alargue y a los penales en 2015.

Esto liquida dos polémicas de un saque: una, que el de Macri fue el peor gobierno de la democracia recuperada en 1983. Si bien ya duró más que Raúl Alfonsín (proporcionalmente, teniendo en cuenta que entonces había mandatos de seis años) y Fernando De La Rúa, y probablemente logre la proeza de convertirse en el primer presidente no peronista que termina en tiempo y forma, aquellos de veras podrían alegar herencias pesadas y soltadas de manos por parte de los organismos multilaterales de crédito. No es el caso del jefe del PRO.

La otra discusión saldada es la del relato duranbarbista que sostenía fanáticamente que la segunda alianza, con su consagración, había inaugurado una nueva época en la cual el bolsillo no cuenta a la hora de votar. Todo tiene un límite, tiraron demasiado de la cuerda. Ese malestar soldó de vuelta al peronismo hasta hace poco disgregado para volver a primar sobre su antagonista. Tampoco aquí hay novedad: 40% es un desempeño habitual del no-peronismo, aún en adversidad (1973, 1989), indiferente a cualquier resultado social y económico.

Esto no supone negarle méritos a Macri: los tiene en la arquitectura que labró para unificar esa representación, y ahora, cuando tras las PASO parecía groggy, para reconstruirse rápido y salir a dar pelea. Ese electorado pedía mayor dureza y el Presidente, cambiando WhatsApp por calle, les dio el gusto, despotricando en cada discurso de la gira #SíSePuede contra los choripanes y los colectivos que acarrearían gente sin conciencia, en oposición a los ciudadanos que irían a verlo a él libre y espontáneamente, según el relato que hilvanó. No más buenas ondas.

Hacer campaña no lo es todo, pero sirve. Lo pueden asegurar Scioli, que casi logra el milagro en su momento acelerando de cara a la segunda vuelta como hasta allí no lo había hecho; Alberto Fernández, que fue una topadora en la previa a las primarias de este año y relajó después; y el propio Macri. María Eugenia Vidal, en cambio, se entregó, y con ello se dificultan sus aspiraciones de suceder al ex alcalde porteño en la jefatura de ese espacio, entre la recuperación de él, que ella no pudo conseguir; y la reelección en Ciudad Autónoma de Horacio Rodríguez Larreta.

El interrogante allí será en adelante si Macri puede encabezar la oposición a Alberto sobre la base de su mejor resultado, o si esos sufragios tuvieron que ver esta vez con la mera desesperación por el regreso de la temida bestia populista, que en caso de un menú más amplio preferirían otra opción. Un dilema con aires de familiaridad al que llevó a CFK a dar un paso atrás para auspiciar al presidente electo. En cualquier caso, un universo disponible si se sabe combinar sus vertientes.

El Frente de Todos logró una proeza dada la magnitud del rival, la mayor concentración de poder jamás vista en democracia, con una diferencia que cualquiera de sus dirigentes o militantes habría firmado con los ojos cerrados apenas se conformó la coalición vencedora. Que la ventaja de las PASO se haya reducido a la mitad puede decepcionar sólo a quien olvida la magnitud de lo que se enfrentaba y las tradiciones antes referidas. Y es verdad que asusta ver que 4 de cada 10 ciudadanos se pronunciaron por Macri pese al desastre que armó, pero ahora tendrán Alberto y Axel Kicillof la lapicera para trabajar sobre ello. Sin eso, vencieron las elecciones más desparejas que se recuerden. Evitando la tentación de autoconvencerse de que este cuadro queda tallado en piedra en vez de ser contingente, y trabajando para sostenerlo, irán en buen rumbo.

Hay señales auspiciosas: todos los dirigentes del oficialismo entrante vienen repitiendo que cuidar la unidad es casi un programa de gobierno y se caracterizan correctamente como el rasgo distintivo que evitó entre nosotros las revueltas chilena y ecuatoriana contra los ajustes neoliberales. Es decir, tienen claro el coctel de rosca e ideología. Ninguno de los dos ingredientes puede faltarles.

A Alberto Fernández se le complicó más que a Macri el interregno entre agosto y octubre. Se le exigieron soluciones que no podía dar, porque aunque parecía que ya había triunfado no era así; y por cualquier cosa que decía era sometido a acusaciones por presunto golpismo. Así, la campaña que culminó con el voto definitivo no fue ni por asomo lo buena que había sido la que precedió a las primarias. Relajación o no, lo concreto es que hubo desmovilización mientras el oficialismo copaba plazas. Pero conviene no exagerar: en 2017, al peronismo se le diagnosticaba fallecimiento por derrotas mucho menos significativas que la que acaba de sufrir Juntos por el Cambio.

Hay una Argentina de la región centro en la que sigue existiendo un fuerte rechazo al peronismo. Son costos que hay que pagar, un país inclusivo pasa por repartir con mayor justicia la renta agraria, como lo comprueba el daño que lega la CEOcracia. Así y todo, ya no se pierde en esas provincias por diferencias escandalosas como hacia el epílogo kirchnerista, salvo en Córdoba. Otra no-rareza: no hay país donde las fortalezas y debilidades partidarias no se repartan geográficamente. Estarán contentos, pues, los politólogos suecos: el 27 de octubre se configuraron dos fuerzas competitivas. Quizá la única parte de volver al mundo que cumplió Macri.