Vamos a plantear una afirmación inicial: el discurso religioso es políticamente eficaz cuando menos explícitamente político es. Suponiendo que esta afirmación encierra algún grado de veracidad, podríamos argumentar que en la medida en que Francisco aparezca asociado a un sector político concreto en el ámbito local, su figura y relevancia en el juego político, habrá decrecido.

Hace varias décadas Pierre Bourdieu y Monique de Saint Martin plantearon una idea, en apariencia muy simple, pero sin dudas sugerente para pensar el lugar de los discursos y de los actores religiosos en la política. Sostuvieron que la búsqueda de poder de los obispos se fundaba en una renuncia al poder temporal. Señalaron que “siempre deben contentarse con alguna forma de poder de la mano izquierda, oficioso, disimulado y vergonzoso”. Lo importante era, precisamente, que el discurso religioso debía negar sus ambiciones temporales. Por eso, los obispos recurrían frecuentemente al uso de eufemismos y del doble sentido a la hora de expresar determinados posicionamientos sobre la actualidad. 

Francisco y la política local en el contexto electoral

Si bien tales afirmaciones se basaban en el Episcopado francés, también podrían ser tenidas muy en cuenta para Argentina. Es verdad que por estas tierras las ambiciones de poder de los obispos han sido, históricamente, bastante poco disimuladas;  pero no lo es menos que, desde el retorno de la democracia en 1983, cuando las instituciones religiosas y el poder político han repensado y negociado el lugar que le correspondía a cada una en una sociedad que se había visto afectada por cambios políticos, socioeconómicos y culturales. No implica esto suponer que los entramados relacionales y las legitimidades reciprocas han desaparecido -hace rato que la secularización debe pensarse en términos de una recomposición de la religión y no de su desaparición- pero sí que los contornos de la política han adquirido una mayor nitidez. En este escenario, entonces, el punto inicial se vuelve importante, si el discurso religioso se politiza de tal manera que para una parte de la comunidad la adscripción política del enunciador se vuelve evidente, pierde su importancia.

En un contexto como el nacional, donde se ha producido un proceso de polarización política creciente, la lupa puesta sobre la actitud de los hombres de la Iglesia, y en particular del Papa, desafía su capacidad para construir discursos y prácticas religiosas que sigan siendo políticamente eficaces. Si bien Francisco cuidó su palabra, tuvo inicialmente algunos gestos que tensionaron su impronta religiosa y eso estuvo lejos de pasar desapercibido. La fría recepción a Macri poco después de las elecciones de 2015, llevó a que se lo definiera por comunicadores cercanos al gobierno como, prácticamente, un Papa kirchnerista. Este es un dato central, en la órbita oficialista, comunicadores, dirigentes e intelectuales han insistido en esta imagen que desacraliza la figura del sumo pontífice hasta introducirlo en las coordenadas de la lucha política cotidiana. Más allá de los cuidados que tome el Papa, la proliferación de voceros oficiosos, reales o supuestos, actúa en la misma dirección y lo mismo se puede decir de quienes lo reivindican en términos de un “Papa peronista”.

Si, de nuevo, la definición con la que iniciamos estas líneas tiene algo de razón, quienes recurren a la figura del Papa así, deberían tener en cuenta que tanta insistencia atenta contra su propia estrategia política.

*Historiador - Investigador de Conicet