Luego de aportar ingredientes fundamentales al regreso del peronismo en apenas cuatro años, pelea que se dio en las circunstancias más desventajosas que se recuerden para el movimiento, se creía que nadie volvería a poner en duda la capacidad política de CFK. No había pasado un mes desde que Alberto Fernández se impuso contundentemente en las urnas y ahí estaban de nuevo, negándole a la vicepresidenta proclamada inteligencia como para no romper el Frente de Todos que tanto costó construir. Una vez más, erraron, porque, como han dicho ya varios, y muchas veces, la analizan según la representación de perversa e irreflexiva que se han dibujado de ella, y no en base a la realidad, que los desmiente.

En buena medida, ese odio que lesiona los exámenes que se intentan sobre Cristina es primo hermano del que guía en general a los periodistas de los medios de comunicación dominantes que se dedican al rubro. Es lógico, en tanto la presidenta mandato cumplido reivindica su actividad, al revés que muchos de sus colegas, que prefieren convalidar a quienes la denuestan. Mario Wainfeld escribió un decálogo de periodismo político en el que se extraña por el desprecio que sienten por su objeto de estudio esos cronistas, no así sus pares de espectáculos o deportivos, concluyendo que es imposible un buen análisis desde la bronca.

Odio por la política, se insiste, que se precia de tal, que se asume agente de cambio del statu quo, que reivindica sus lógicas (cambiar un voto o una presencia en relación a un proyecto de ley por una obra pública o un cargo legislativo no es delito). En general, quienes no cuestionan un orden y hacen la vista gorda no sufren señalamientos en igual volumen. Es muy válido no compartir los métodos de una actividad, no lo es exigirle que sea algo distinto a lo que es.

También influye la ignorancia. Los aborrecedores (que, vale reiterar, son mayoría en el periodismo mainstream), usualmente no cuentan con el nivel de detalle que se requiere para hacer bien su trabajo. Si, por caso, se les pide clasificar a los legisladores, seguramente los dividan, muy a grandes rasgos, entre K y anti-K, sin siquiera mínimos matices. Desestimando peculiaridades geográficas, internas locales que pueden operarse a nivel nacional y, cómo no, egos personales, legítimos. Por entremedio de esos grises fluyen muchas jugadas.

Volviendo a Cristina Fernández, si no se hubiesen convencido de la farsa que vendieron sobre ella, y no desconocieran los pliegues de los recintos parlamentarios, no estarían a esta hora preguntándose cómo logró construir para Alberto un bloque de senadores más numeroso que los del Frente para la Victoria 2003-2015. Ni andarían girando en falsa escuadra desde la mañana del ya mítico 18 de mayo, cuando operó el corrimiento decisivo que ni olieron.

La senadora saliente comprendió la noche del 22 de octubre de 2017, cuando cayó derrotada ante Esteban Bullrich, los contornos de su poder. Aquello que el próximo presidente definió con una fórmula sencilla: con ella no alcanza, sin ella es imposible. Ya en su discurso de aquella jornada se adivinaba lo que se vendría: primero, que Unidad Ciudadana sería la base, pero no totalidad de la alternativa al macrismo; y segundo, que hacía falta enfocar más en la gestión del presidente saliente que en las internas entre las distintas oposiciones.

CFK opera desde entonces bajo la premisa de que su enorme caudal resulta más efectivo, e incluso se multiplica, por decirlo de alguna manera, a menor gestualidad de su uso. Una de las traducciones de esa limitación, opuesta al vamos-por-todo que irritara en su segundo mandato, es la cesión de espacios, con vocación de ampliar. Lleva más de dos años en dicho rumbo, ¿cómo no vieron venir, en quien ya había bajado listas propias en provincias a favor de compañeros que la cuestionan y resignado sus aspiraciones presidenciales, que podía ahora proponer a alguien ajena a su círculo íntimo para construir una tropa robusta en el Senado, la más importante de las dos cámaras que componen el Congreso nacional, porque es la casa de las provincias y la que toca fibras íntimas del poder (jueces, FFAA, embajadores, entre otras designaciones que le tocan y que no pasan por Diputados)? ¿Cómo no advirtieron las ventajas que supone para los bloques más pequeños sumarse al FdT vía roles protagónicos? El temor por el clima regional hizo el resto: la densidad organizativa de nuestro país es más profunda, pero ese antídoto contra la inestabilidad debe expresarse institucionalmente para activarse.

El miedo no es zonzo. Cristina Fernández tampoco. Ya va siendo hora de que lo entiendan.