Desde hace pocos años, la perspectiva de género se insertó en muchos aspectos de la vida cotidiana. Sin embargo, la violencia y los feminicidios lejos de disminuir, aumentan en cantidad y en crueldad; la brecha salarial no es un tema de agenda; las mujeres de clases populares no logran insertarse fácilmente en ámbitos laborales fuera de los de cuidado doméstico; la prostitución es una mala palabra y la realidad de la comunidad LGTBI+ está sólo empezando a reconocerse, sin representación política concreta.

Existe una hegemonía feminista que obedece todos los principios de hegemonía en el mundo común: blanca, universitaria, elitista. Entonces, ¿qué tiene para decir un movimiento contra hegemónico y cuestionador del orden establecido que en sus propias líneas excluye personas por su etnia, su acceso económico, su educación, su genitalidad e incluso su orientación sexual?

Cuando hablamos del mito de la fragilidad femenina, ¿de qué mujeres se está hablando? (Carneiro, 2001). Lejos de desmerecer el enorme trabajo de las grandes feministas europeas y norteamericanas a las cuales seguimos referenciándonos, la idea es entender si el feminismo puede ser una pata más del patriarcado capitalista. La discusión no es si entrar o no al sistema, la discusión es cómo. El problema no es que exista una academia feminista, el problema es qué consideramos como academia. El ostracismo se hace invisible a quien no lo quiere ver.

En palabras de Moira Millán (líder mapuche), la academia legitima el genocidio, destruyendo las pruebas de una sociedad que se construía desde la dualidad complementaria -haciendo referencia a los pueblos originarios. Habla también del extractivismo cultural que ejercen las instituciones (entre ellas la academia) como la explotación y desaparición de saberes que pueden ser peligrosos para la matriz civilizatoria. La información que las mujeres militantes indígenas propagan a lo largo de Latinoamérica tiene una cosmovisión y poderes no sólo diferentes sino profundamente potentes y amenazantes para el status quo porque muestran que nuestra forma de habitar la tierra es construida, alejada de los saberes ancestrales, destructiva y excluyente. Con el feminismo negro sucede algo similar. En Argentina existe una especie de sentido común que niega la presencia de población afrodescendiente en el país lo cual significa un reto mayor porque nadie lucha contra algo que no existe. Personas que salen de la norma en términos de etnia tienen grandes dificultades para insertarse en el ámbito laboral formal. En las entrevistas laborales “se exige buena presencia” (Carneiro, 2001), sumado por supuesto a la subestimación a la que se ven sometidos sus saberes o capacidades. Todo esto, suponiendo que en primera instancia una persona pueda conseguir una entrevista laboral y esté dispuesta a someterse a todos estos improperios. Este racismo se refleja concretamente en oportunidades económicas, que a su vez se reflejan en calidad de vida. La manera de mejorar estas condiciones no es sólo emitiendo políticas públicas que garanticen la inserción de colectivos negros o indígenas en ámbitos laborales. También es necesario hacer políticas de reconocimiento para desnaturalizar la exclusión racista e incorporar otras etnias, desmitificar la no existencia de negros en Argentina, reconocer y entender el sometimiento de los pueblos originarios, re-estimar sus reclamos e incorporar nuestra historia indígena en la enseñanza de la historia moderna. Además, no podemos olvidar la variable del género. Si el sujetx descrito antes es mujer, trans o no binarix, sus opciones se reducen aún más. Entonces, ¿se puede pensar al feminismo como una opresión aislada?

En los círculos donde el feminismo es moneda corriente, la interseccionalidad es el nuevo must. La interseccionalidad en los movimientos sociales no es exclusiva del feminismo porque supone la visión de la opresión como un todo, de la sociedad como un gran engranaje que ha llegado a tal nivel de complejidad que una parte no puede pensarse sin la otra y que, de varias formas, la definición de un algo no es dada por él mismo sino por su interacción con un otro. Son una y todas las luchas.

La ola feminista actual sale del norte global para reflejar una impronta latina y caribeña para incorporar problemáticas que antes no habían sido enunciadas. Ahora, el feminismo superó incluso los límites del género femenino para alcanzar a otras sexualidades y salió de las aulas universitarias para llegar a las bases sociales. Las estructuras verticalistas y jerarquizadas no dieron respuesta, entonces la pregunta se planteó en otro orden: desde abajo y en la calle.

*Venezolana. Licenciada en Ciencia Política, UBA. Docente de la UBA en la materia Análisis del discurso de las izquierdas argentinas en la Facultad de Sociales. Grupo de Estudios sobre Marxismo e Historia Argentina en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Grupo de Investigación Feminismo y Política, UBA. Twitter: @deangelisas