Existe un interrogante que circula a menudo entre distintos sectores de la ciudadanía: ¿cómo es que la Argentina tiene la capacidad de producir alimentos para alimentar varias veces a su población y sin embargo tiene altísimos índices de pobreza? La ciudadanía argentina está divida ésta y muchas otras cuestiones. Un sector de la sociedad culpa a la corrupción estatal como principal factor explicativo, puesto que ésta desvía fondos de las políticas públicas e impide el surgimiento de un clima de negocios. Otro sector hace gravitar la respuesta en las políticas neoliberales que distribuyen las riquezas de la sociedad hacia arriba, hacia la punta de la pirámide social y agudizan los índices de pobreza en espera del nunca visto “derrame”.

Nuestro país, por ello, ha sido un laboratorio a cielo abierto y lo datos de pobreza acompañan la profundización del flagelo de la desigualdad, en todas sus aristas, en nuestro subcontinente. Según la ONG OxFam en Latinoamérica y el Caribe el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza, es decir el 80% de la población solo obtiene el 18% de las riquezas creadas también por estos mismos. Y en este proceso, el peor lugar lo ocupan las mujeres, niños y niñas, quienes la padecen en mayor medida.

Esta problemática, la desigualdad y sus consecuencias, está preocupando a líderes políticos y empresarios a nivel mundial por la simple razón de que las ciudadanías de varios países se han lanzado a la manifestación callejera para protestar contra esta puja distributiva en la cual los perdedores siempre son los mismos. La situación latinoamericana parece levantar alerta en este sentido, y hay razones suficientes para prestar atención a lo que sucede a nuestros vecinos como Chile.

El proceso electoral de 2019 en nuestro país registró a nivel de la representación estos cambios de humor de la ciudadanía, e interpeló en torno a la necesidad de atender la urgencia de estos índices, que no solo son números sino imágenes que impregnan tristemente la vida cotidiana de los ciudadanos. El actual Presidente Alberto Fernández atendió la urgencia a través de un cambio en las prioridades políticas adoptando una serie de medidas entre las cuales la tarjeta alimentaria es una de ellas. Pero medidas de urgencia no son soluciones de fondo, sino medidas transitorias en el marco de una negociación del país con los acreedores internacionales.

Y ahora volvemos a la pregunta del inicio. La argentina “granero del mundo” padece hambre. Las soluciones que se han propuesto a lo largo de nuestra historia reciente se han dividido entre una mediación estatal que atienda a una mayor recaudación impositiva de los grandes productores agrarios y agroindustriales, por un lado y por otro, una intervención transformadora del Estado que reorganice la distribución de la tierra. Mientras tanto, el mecanismo natural del capitalismo sigue actuando concentrando las escalas del negocio agrario, la riqueza y la desigualdad estructural.

*Lic. en Sociología (UNLP), Docente (UBA, UNLAM) y Director de Circuitos Consultora