El “aporte solidario” y las tomas

La propuesta del “aporte solidario” a nuestros grandes millonarios, el 0,2 por ciento de los argentinos y “las tomas de tierras” como relato repetido por representantes de ejecutivos distritales y las señales de noticias, componen una imagen esclarecedora de nuestro presente, sus dificultades y sus problemas históricos nunca resueltos. Su verdadero nudo, acaso.

Del lado de los grandes millonarios, la postura unánime fue la negativa absoluta y militante a pagar lo que este tiempo de crisis profunda e inesperada reclamaba hacerlo por propia vocación, más aún después de años de enriquecimiento exponencial a contramano de la situación que vivió el resto de la sociedad. Pero fueron también interesantes otros aspectos laterales abiertos por esta iniciativa de los diputados Heller y Kirchner. Uno de ellos, el principal, el abrumador silencio del grupo; el otro, sus débiles argumentos, casi siempre balbuceados, cuando alguno de ellos -casi todos hombres-, intentaron argumentar los motivos de su rechazo, apelando a un supuesto bienestar común, con teorías sobre la economía, o la sociedad -flojas de papeles-, y que hace ya muchos años demostraron sus resultados gravosos para las mayorías y beneficiosos sólo para ellos.

Estos mismos empresarios, protagonistas destacados de la fuga de capitales al exterior que desde hace años afirman que el Estado debe apoyarlos porque eso redundará en beneficios para los trabajadores, no sólo sistemáticamente olvidan que son los trabajadores y trabajadoras quienes producen la riqueza, sino también que la teoría del derrame murió hace tiempo en sus propias manos.

Para ellos, y por tradición, nunca hubo oración pagana más repetida que aquella que dice: “las pérdidas siempre socializan, las ganancias son mías mías mías”.

Las tomas de tierras, por su lado, expusieron la imagen de la otra Argentina, la de las grandes mayorías de los argentinos y argentinas con demandas básicas acumuladas, aunque sin sponsors, ni grandes medios que las amplifiquen y muchas veces, también sin representantes políticos que las defiendan como merecen.

Negación, fragmentación y palos

Las tomas de tierras según enseña la historia comenzaron con la conquista del desierto y muchos de los principales apellidos patricios, sus protagonistas como expropiadores. Sin embargo, por una suerte de pase mágico ese hecho se divorcia del análisis del presente, como si hubiera ocurrido en otras latitudes, no tuviera nada que ver con este tiempo o no pudiera aportar también posibles soluciones a éstas otras tomas que sí incomodan a los mismos que se saltean por comodidad o interés, la historia.

Las tomas que sí se transformaron en un problema de agenda social, o “problema social”, construcción de la realidad mediante, son en cambio las que tuvieron lugar como fenómeno social, mucho más cerca en el tiempo, de la mano de la última Dictadura genocida con sus planes de desarticulación industrial, las de los ochenta, los noventa o las actuales, ante la falta de políticas que desandaran aquel industricidio original que, con los años, los gobiernos siguientes, a excepción de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Férnández, sólo atinaron a profundizar.

Las tomas “que preocupan” se aíslan entonces, como “problema” de su origen histórico en la expropiación, de su posterior concentración en pocas manos, de su agravamiento a partir de la desindustrialización y del abandono del desarrollo como meta. Pero hay otros olvidos y ocultamientos. Las actuales tomas de tierras, tampoco se relacionan con las características que asumió el actual modelo de producción agrícola con semillas transgénicas y agrotóxicos o el desmonte para la producción de soja.

Se trata, por cierto, de un operativo, aunque efectivo, bastante burdo. Pareciera que, según el discurso de los medios hegemónicos y varios funcionarios aterrados o “socios”, “las tomas” tampoco deberían tener nada que ver con la concentración ridícula de recursos en la zona del AMBA por sobre el interior y la falta de propuestas que modifiquen esta situación o con el endeudamiento externo al que nos condenaron los gobiernos neoliberales de los noventa y el que dejamos atrás hace muy poco.

Por último, la explosión de tomas nada tendría que ver tampoco, con la ausencia histórica de políticas públicas que tomen como su objetivo hacer frente a esta realidad cada vez más acuciante.

La Argentina que dejó a la vista la pandemia, más que por su presente, por su histórica falta de atención a estas y otras cuestiones, hoy notablemente conectadas y agolpadas frente a la gran puerta nacional, resulta más que otras veces, una imagen incómoda.

Esa imagen, la de la Argentina que nos inquieta, como si se tratara de un equipo de fútbol que no sabe ordenarse para la foto de El Gráfico, en su desbalance, apila de un lado de la imagen las necesidades insatisfechas y acuciantes de la inmensa mayoría, y del otro, el egoísmo de los pocos que concentran buena parte de toda la riqueza del país, en el momento colectivo más difícil y crítico. Sin embargo, hay un principio de explicación posible: cada demanda insatisfecha puede explicarse en esa imagen. Cualquier política reparadora no puede más que comenzar por poner justicia en esa desproporción.

En Guernica, mientras tanto, sin demasiadas posibilidades de participar del debate público, los hilos más delgados de esta cuestión, con sus nombres propios, mientras hacen guardias, estiran los plásticos que hacen de techos, o preparan embarrados, el mate cocido con el que se van a dormir para engañar el estómago, esperan con la soga al cuello por una solución o la represión tan prometida.

*Sociólogo por la UBA, autor de Giubileo, el retrato del olvido y El aguante, historias de militancia de los noventa. Twitter: @mcambiaggi