Como en el pasado, cuando las sufragistas alzaron la voz contra el confinamiento impuesto por la pandemia de la “gripe española” en 1918, las feministas actualmente también cuestionan las consecuencias de la reclusión. Si bien se generaliza como medida para enfrentar la propagación de la epidemia, un siglo más tarde, las feministas vuelven a mostrar de qué manera afecta los derechos de las mujeres, su vida y trabajo. La violencia machista que muchas veces somete a las mujeres en sus hogares y la extrema explotación a las que son expuestas las mujeres cuando cuidan, son dos claves de la dinámica reproductiva con que se desenvuelve el capitalismo moderno.

En el primer caso, quedó establecido cómo el ritmo de crecimiento de los femicidios, por tomar tan sólo un indicador, no se detiene, como sí lo han hecho otros delitos a partir de la pandemia. En ese sentido, las mujeres violentadas están expuestas a sus agresores en sus propios hogares, una condición que se agrava a partir del confinamiento obligatorio.

En el segundo caso, el medio siglo de denuncias feministas sobre la explotación de las mujeres en la reproducción social, declinada más por una retórica neoliberal que atacó los recursos públicos de cuidado por décadas. La austeridad pública pregonada por años forzó a una incapacidad manifiesta del sistema privado de cuidados, volviendo indispensable recurrir a formas comunitarias de protección social, fundamentalmente en los barrios populares castigados por el hacinamiento y la falta de recursos vitales para su subsistencia. Cuando además, también las tareas de cuidado hogareño, como las estadísticas de usos del tiempo, vienen mostrando en la mayoría de los países donde hay registros, que siguen sosteniéndolas mayoritariamente las mujeres, aún cuando no son tareas remuneradas.

A partir del confinamiento, no sólo se adoptaron medidas para evitar la propagación del virus, sino que se pusieron en evidencia una serie de consecuencias que las feministas reseñan desde hace medio siglo. Las mujeres ante la crisis social, pandemias o guerras, son reclutadas en la primera línea de cuidados. Sin embargo, el sistema económico no interpreta estas tareas como fundamentales sino recién en esos escenarios críticos en particular. Dicho de otra manera, hay una serie de tareas que son invisibilizadas porque no están remuneradas, pero sobre las cuales se monta el desarrollo económico en su conjunto. Y es en este impasse, que suponen estas crísis para la humanidad, cuando vuelven a planterase los términos de la relación entre lo prioritario y lo superfluo. Las mujeres en los hospitales, en los asilos, en los comedores comunitarios y en el hogar, hacen funcionar una serie de recursos sociales para la preservación de la vida, aún a costa de una sobreexplotación que las pone a ellas mismas en riesgo.

La actual pandemia del nuevo coronavirus desnudó los clamores feministas, en clave de la violencia machista y la explotación femenina del cuidado, dos hemisferios centrales de la crisis reproductiva que estamos atravesando. Por ende, lo fundamental se puso de relieve en esta pandemia, la reproducción social sobre la que se sostiene el sistema económico tiene que, definitivamente, hacer valer a las mujeres que la llevan adelante, en el reconocimiento de su hacer constante y en la necesidad de volverlo un trabajo remunerado.

En fin, un virus, que aparentemente se ha vuelto incontrolable, sirvió para expresar una paradoja central del mundo en el que vivimos: aquello que se ha negado, subestimado y desvalorizado por el modelo patriarcal imperante está siendo fundamental. La preservación de la vida definitivamente quedó en el centro de la escena social, esperemos que continúe en ese lugar cuando la epidemia logre controlarse.

*Dra. Ciencias Sociales. Investigadora Independiente del CONICET, Coordinadora del Programa de Estudios Críticos sobre el Movimiento Obrero del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL, CONICET), Docente de UBA y UNLP