La conquista que implica la ley de “Interrupción Voluntaria del Embarazo” en tratamiento en el Senado, es concreta: se hace cargo de una problemática sanitaria, busca reorientar el Estado para garantizar el derecho a la vida de las mujeres y al acceso a la salud en condiciones igualitarias.  Hoy,  lejos de estar ausente, el Estado interviene firmemente en nuestros cuerpos y nuestras vidas generando condiciones de riesgo, desigualdad, injusticias y condenando a la pobreza a la muerte

Las mujeres argentinas reguladas por una ley de 1927, cuando no sólo no accedíamos al derecho al sufragio femenino sino que ni se sabía cuántas habitábamos nuestras tierras (se censaban a los hombres y las vacas, pero no a las mujeres), nos realizamos abortos todos los días. El aborto es una práctica usual en nuestro país, una realidad. Se estima que son entre 300.000 y 500.000 las prácticas abortivas que se realizan al año y del regreso de la democracia hasta nuestros días fueron 3000 las mujeres que murieron debido a la hipocresía, la clandestinidad y las condiciones sanitarias deficientes y desiguales. Este es el debate que se está dando en la Cámara de Senadores: si el Estado intermedia garantizando mayores niveles de  justicia social, igualdad y libertad o sigue imperando la clandestinidad, la hipocresía y nos deja a las mujeres en condiciones de riesgo de muerte.

Ahora bien, la discusión pública sobre esta ley, se inscribe en un amplio debate cultural que irrumpió en 2015 con Ni Una Menos y atraviesa todos los ámbitos sociales: el rol desigual de las mujeres en nuestra sociedad y las múltiples injusticias que vivimos.  Si en pleno siglo XXI, estamos debatiendo sobre el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, es porque hasta aquí, nuestros cuerpos y nuestras vidas no nos pertenecían. Esto se verifica en cada intervención donde se nos juzga y se nos objetualiza dejándonos como meros recipientes, y se prima nuestra capacidad de gestar por sobre nuestras subjetividades.

En las últimas semanas, han acontecido innumerables hechos de violencia física a mujeres que se expresaron a favor de la ley. Partidarios del orden hasta aquí instituido, sufren porque asisten al resquebrajamiento de las estructuras familiares y sociales conocidas, pretenden disciplinarnos por la fuerza como medida desesperada porque intuyen que algo distinto está naciendo. Bien que hacen, porque si bien el movimiento de mujeres nace de un cruce intergeneracional, es protagonizado por aquellas que habitaran el siglo XXI con mayor plenitud: las más jóvenes. Algo está naciendo de modo desordenado, y brota por todos lados, todo el tiempo.

Ríos de tinta se han escrito sobre la necesidad de forjar una agenda del siglo XXI, sobre nuevos métodos de construcción de las nuevas demandas populares emergentes y pendientes luego de 12 años de gobierno peronista. El feminismo está junto a otros sectores, por ejemplo el de la economía popular, en ese camino demuestra que la agenda no se esboza en un laboratorio de políticas públicas, ni mediante focus groups. 

El Movimiento de Mujeres Argentino, es heterogéneo, diverso, trasversal y horizontal. Nadie es dueña, ni señora; y su gran potencia reside en la inmensa colectividad que ha generado a partir de la identificación de un nosotras como sujeto político y social: las mujeres. Tiene múltiples centros de gravedad que confluyen en las calles y en la estructuración de coincidencias básicas que permiten habitarlo aún con profundas diferencias en otros temas. Las coincidencias son fundamentales: la lucha por la emancipación y contra las injusticias de género. Hoy toda esa fuerza se canaliza detrás de la demanda por la aprobación de la ley de aborto: el debate en sí mismo no sirve, porque sabemos que el poder para las mujeres no derrama sino se redistribuye, y para ello es fundamental el Estado. Quizás por esa razón en los últimos días, el Gobierno Nacional ha explicitado su posición contraria al proyecto de ley de aborto (la Vicepresidenta, la Gobernadora, la Diputada Carrió y el Senador Pinedo): en tiempos de ajuste, las mujeres reclamamos mayor presencia del Estado, ponemos en eje la desigualdad no sólo entre mujeres y varones, sino al interior de este colectivo: hay mujeres privilegiadas y otras que no y nos llamamos a la insubordinación. Se vuelve imposible para un Gobierno cuyo eje es “Gobernar es ajustar y ganar elecciones”, pescar votos aquí.

De modo antagónico, los distintos sectores del peronismo tienen un mandato histórico: representar a las mujeres, sus necesidades y habilitar la emergencia de nuevos derechos. Hace 20 años milito en el peronismo, casi el mismo tiempo en el feminismo; sin embargo, mis categorías en relación a la conducción política, el conflicto social, los mecanismos y dispositivos para organizarlo no agotan la riqueza de este Movimiento de Mujeres. Sin lugar a dudas, generar los canales para abordar las nuevas demandas de las mujeres  es un buen primer paso para saldar la crisis de representación política y social y la falta de credibilidad en la política y las instituciones que es el único modo de construir un Proyecto que integre a las mayorías. Ojalá los Senadores estén a la altura de la historia. Y el 8 sea ley.

            

*Psicóloga. Especialista en problemáticas de género. Militante peronista y feminista. Twitter: @plambertini