1853

La historiografía liberal-mitrista y las conmemoraciones escolares redujeron al aniversario de la sanción de la Constitución del ’53 a un mero hecho de valor jurídico abstracto. Se omite que detrás de ella estaba la disputa armada entre los proyectos de país que impulsaban unitarios y federales.

Una constitución centralista le aseguraba a Buenos Aires el monopolio de los ingresos de su aduana portuaria, la única existente en el país, mientras que las provincias buscaban, constitución federal mediante, la distribución de esas rentas a nivel nacional para regular el comercio exterior en función de un sistema proteccionista para sus manufacturas. En pos de este objetivo lucharon la plebe urbana y las masas gauchescas durante décadas.

De modo que, cuando Justo José de Urquiza derrocó a Juan Manuel de Rosas y convocó al Congreso constituyente estaba cumpliendo con una reivindicación histórica de la mayoría del país. Detrás de los convencionales de Santa Fe no estaba la especulación fría sobre fórmulas legales, sino el esfuerzo de varias generaciones de compatriotas.

El proletariado inmigrante

La defección de Urquiza en la batalla de Pavón abrió el camino para la presidencia de Bartolomé Mitre, durante la cual el proyecto librecambista se impuso a sangre y fuego. El propio Mitre, en su faz de historiador, impondría una versión en la cual la constitución no sería una reivindicación de las provincias contra el exclusivismo bonaerense, sino una herramienta de los ‘civilizados’ liberales porteños.

Esta historia sería la que conocerían los inmigrantes que llegaron a la Argentina en las sucesivas oleadas de finales del siglo XIX y principios del XX. De esta población surgirían los primeros núcleos del moderno proletariado industrial. Por su origen europeo, sus tradiciones políticas y sindicales estarían más vinculadas a su experiencia en el Viejo Mundo que a los avatares de su nuevo hogar.

Toda la historia de las luchas entre Buenos Aires y el Interior sería vista como un asunto ajeno y remoto, o bien sería aprendido a través de la versión de los vencedores de aquella contienda. De esta manera, la reivindicación de los Mártires de Chicago era una bandera de una clase trabajadora localizada principalmente en las grandes ciudades-puerto, pero no de las masas de peones criollos o de la población de empleo inestable en el Interior del país. Las aspiraciones de los trabajadores inmigrantes y de la plebe provinciana circulaban por carriles paralelos, pero aún separados.

Esto explica que conmociones como la Semana Roja de 1909, originada en la represión policial a la conmemoración del 1º de mayo de aquel año, o la Semana Trágica de 1919, fueran hitos incorporados a la historia de la lucha obrera argentina, pero que no modificaron por sí mismos el curso de la política de su tiempo, puesto que no tuvieron mayor repercusión fuera de Buenos Aires.

La nueva clase obrera

La crisis del sistema agroexportador modificaría el panorama. Ante la crisis económica de los’30, el flujo de importaciones manufacturadas desde Europa hacia Argentina disminuyó, por lo que empezó a nacer una incipiente industria local. Esta industrialización por sustitución de importaciones atrajo a numerosos contingentes de provincianos que se instalaron en los suburbios de las grandes ciudades, donde se incrementaron, o empezaron a existir, cinturones industriales. Al decir del historiador Jorge Abelardo Ramos, los nietos de Martín Fierro empezaron a empuñar las herramientas del obrero moderno.

Con este proceso de migraciones internas, la clase trabajadora argentina cambió su fisonomía. Las tradiciones inmigratorias de anarquistas, socialistas y comunistas se encontraron y fecundaron con las de los ‘cabecitas negras’, custodios de la tradición gauchesca y de las luchas populares del siglo XIX. La clase trabajadora se convirtió en una clase social con un peso tal que ahora sí podía influir sobre el curso de los hechos políticos a escala nacional, como lo demostró la jornada del 17 de octubre de 1945. A partir de ese acontecimiento, se desarrolló la industrialización impulsada por el peronismo, que le otorgó al proletariado un crecimiento tanto en cantidad demográfica como en peso político para la sociedad.

El carril unificado

Es cierto que en la actualidad la historia de la constitución argentina no es algo que aparezca en el día a día de las reivindicaciones obreras, sindicales y sociales. Sin embargo, el contenido de las luchas del siglo XIX se convirtió, merced al mestizaje del siglo XX, en herencia y tarea a concluir por la nueva clase trabajadora. La lucha por los derechos sociales y laborales es, desde entonces, indivisible de la lucha por un modelo de país independiente económicamente, que entre otras cosas requiere una constitución a su medida.

* Profesor de Historia (ISP-Joaquín V. González). Integrante de la Materia Análisis del discurso de las izquierdas argentinas de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y del Grupo de Estudios de Marxismo e Historia Argentina del IEALC. Coordinador del Grupo de Investigación Histórica del Centro de Estudios Nacionales Arturo Jauretche (CENAJ). Twitter: @mgthepebet