Sabemos que las formas de distintos organismos han ido cambiando a través de los tiempos para adecuarse al medio que habitan. Desde Darwin hasta aquí, tenemos en claro que de modo lento e imperceptible los cambios cuantitativos imprimen saltos cualitativos que explican cómo de una especie ha surgido otra u otras. En el diseño de la vida existe un continuo ajuste al medio y  cuando éste abruptamente se transforma, a las distintas formas de vida se les actualiza un mandato biológico: adáptate o perece.

En los umbrales de un siglo que recién comienza, una mutación de un coronavirus animal se ha introducido como un elemento fuertemente desestabilizador de la vida biológica de nuestra especie. Con la peste y su capacidad de propagación han quedado afectadas e interrumpidas todas las dinámicas sociales, políticas y económicas tal como las conocíamos. Parecía ilusorio que se concrete el deseo de quedarnos en casa por un mes mirando películas y hoy no solo es una realidad concreta sino que hasta puede volverse un insufrible círculo vicioso. Al día de hoy todos los escenarios indican que, a corto plazo, no habrá soluciones científicas suficientemente probadas que nos permitan volver a nuestra vida pre-pandemia. Aunque muchos aún no distinguen entre la naturaleza de las soluciones mágicas y las científicas, en sentido estricto, la ciencia no nos proveerá soluciones mágicas de modo tal que es imprescindible ajustar la vida a un escenario inédito.

En miras de cómo cuidarnos, epidemiólogos, sanitaristas y matemáticos proveyendo escenarios posibles pasaron al centro de la escena política nacional. La importancia de esa nueva legión de actores políticos se dio porque fueron los únicos que podían darnos algunas pistas sobre cómo nuestras costumbres se relacionaban o no con los índices de letalidad que tiene un virus que hizo colapsar los sistemas sanitarios de los países desarrollados. La primera disyuntiva que se produjo a nivel político sanitario fue: detengamos todo para evitar el colapso sanitario o asumamos la responsabilidad de las muertes que se ocasionen por el contagio para no detener el aparato productivo. Entre las dos opciones, la segunda no parece demasiado consistente si se tiene en cuenta que ninguna economía puede desarrollarse con normalidad en un contexto de pandemia. La segunda disyuntiva que se nos presenta al día de hoy es saber si seguiremos en la disyuntiva anterior o pasaremos al desafío de contemplar escenarios en los que el daño sanitario no eclipse a los daños sociales y económicos que este virus dejará por montones tanto en diferentes sectores productivos como educativos. El aislamiento general presentado como el principal recurso tiene una fuerte eficacia sanitaria pero conlleva un altísimo costo económico y social al implicar el detenimiento casi total de las dinámicas productivas, comerciales, educativas, entre otras. Las consecuencias sobre la desigualdad económica y social por venir son aún difíciles de prever pero no albergan ningún panorama optimista si se tiene en cuenta que el confinamiento contra la peste cayó sobre una economía parada y endeudada y sobre una gran cantidad de niños que fueron los principales perjudicados en la profundización de la pobreza y la brecha digital que se dio en los últimos años. A la par que se enfatiza sobre la vulnerabilidad biológica que las personas mayores tienen ante el coronavirus, debe observarse atentamente cómo impactan y cómo impactarán las medidas sanitarias que se están tomando en las condiciones económicas y educativas de los niños de los sectores socialmente vulnerables.  

¿Qué nos recuerda la mutación del virus que hoy atenta contra nosotros? Que nuestra especie no tiene nada de especial dentro de la selección natural. Nos recuerda nuestra precariedad biológica detrás de la continua persecución por satisfacer necesidades de consumo y abundancia. Ese recuerdo quizás nos acompañe hasta que aparezca una vacuna a la que tengamos acceso. Y si no tuviésemos fácil acceso a la misma, seguramente visualicemos otras tramas, ya no naturales, de las que sí somos responsables como la desigualdad. Cuando el saber científico se nos muestra impotente o inaccesible advertimos cómo hemos construidos un conjunto de tramas y sentidos teleológicos que sostienen nuestras acciones día a día.  ¿Cómo será la sociedad poscoronavirus? ¿Cuánto cambiarán las dinámicas productivas, comerciales y educativas? ¿Es el fin del capitalismo? ¿Quedarán vestigios de autoritarismo sanitario o control biopolítico? Nadie puede saberlo sin volverse uno de esos todólogos de los que lamentablemente sobran. Lo que sí sabemos es que el asilamiento y el distanciamiento social propuestos para desenvolvernos han virtualizado la vida pública al tiempo que nos señala que el peligro anida en nuestro afuera y que su transporte es el otro. Ese otro que sin importar si es un extraño, un amigo o un familiar ha tomado una nueva dimensión en nuestra percepción diaria. El otro, que antes era casi invisible en el supermercado, en las colas o en cualquier espacio público, toma notoriedad en tanto es un posible y peligroso portador del virus. El mundo público ha cambiado y puede sentirse in foro interno con la mirada que los otros depositan sobre nosotros o con la que nosotros quizás colocamos sobre ellos. Queda claro que por un tiempo, en las calles, no pasaremos desapercibidos a pesar de que nos obliguen a llevar la cara tapada. ¿Será el miedo y  la sospecha lo que en adelante coordine la cohesión social? Se ha activado el mandato biológico de adaptar nuestras vidas a nuevos cuidados así que a no perder de vista que seremos mirados. Conviviremos por un importante tiempo con un virus que no solo ha cambiado las formas de la proximidad social sino que además se resiste, tanto como nosotros, a perecer fácilmente.     

*Doctor en Filosofía. Docente-investigador. Universidad Nacional de La Plata. Universidad Nacional de Quilmes. Twitter: @danielbusd