¿Qué tan capitalistas seguimos siendo? ¿Qué número arroja el capitaltómetro? ¿Se ha desestabilizado la lógica capitalista? ¿Qué ocurre con nuestras subjetividades? Estos son algunos de los interrogantes que emergen desde nuestro presente (¿pos?) pandémico. En filosofía suele decirse, o al menos tradicionalmente se decía, que en situaciones límites experimentamos cambios de paradigmas, rupturas epistémico-políticos con ideas a las que nos aferráramos y por supuesto, crisis existenciales con creencias a las que nos manteníamos anclados. En tal dirección: ¿Qué tan capitalistas seguimos siendo? ¿Tiene sentido preguntarnos por el qué tanto? Quizás debamos formularnos una pregunta que la antecede: ¿por qué? Si va de suyo que lo seguimos siendo…

UN PUNTO DE INFLEXIÓN
Hay un acuerdo bastante generalizado acerca de que la crisis sanitaria ha puesto sobre la mesa la necesidad de la intervención estatal sobre la economía y sobre la gestión de algunos bienes comunes como la salud pública. Sin embargo, ¿en verdad esta se ha revalorizado? En nuestro contexto, ¿cuánto se valora la vida? Esta pregunta para ser respondida con franqueza, requiere subsidiariamente la formulación de otra cuestión: ¿cuánto vale la vida? No es posible pensar en un escenario de superación efectiva del neoliberalismo y sus cimientos capitalistas, sin comprender el estatus central que tiene la vida en términos materiales.

Cuando la pandemia era incipiente allí por principios del año 2020, se decía que estaba desorganizando la economía mundial y que se podría salir de la crisis sanitaria dependiendo de factores económicos y sociopolíticos. El confinamiento ha tenido como efecto inmediato la caída del consumo y de la producción en un contexto de comercios cerrados, de poca circulación para el turismo y de consumidores confinados. Por ello, rápidamente se buscó desarticular este confinamiento estricto por el impacto sobre el sector financiero y sobre el mercado global, profundamente retraídos.

Ahora bien, aunque parezca una obviedad, no está de más aclarar que el capitalismo es un sistema económico, pero también es una relación social que funciona en beneficio de un estrato social reducido. Por tanto, una tarea urgente es no solo poner en cuestión sus mecanismos propiamente económicos, sino también atacar, en última instancia, los privilegios de las clases dominantes.

Por ello es que cuando el mundo empieza a desmoronarse a causa de la crisis sanitaria, la situación habilita a la clase dominante para que haga creer a la población que la principal causa del colapso fue natural e inevitable: lo atribuye a Dios, al clima, a la singular ferocidad de un virus, la perversidad incomprensible de alguna cultura extranjera. Desplazar la responsabilidad hacia estas abstracciones permite que la gente, que los gobernantes y grupos de poder económico y político evada las críticas que le caben por crear y mantener un estado de cosas tan inestable.

Es fácil prever que, en este contexto, el capitalismo se resista a la revalorización de los salarios, a la regulación del mercado de trabajo y a las restricciones que se le impongan para proteger el medioambiente, más aun se acrecentará la vulnerabilidad de este: todo sea por restablecer la tasa de ganancia por sobre la vida. Una vida digna de ser vivida. Para muestra de ello, cabe atender por ejemplo al desastre ecológico con el que en nuestro país iniciamos el año: incendios, sequías y ola de calor; los efectos más notorios de la crisis climática.

Si bien existen numerosos problemas ambientales en Argentina, hay cinco que son considerados dentro de los principales: El consumo irresponsable, la megaminería, la deforestación, el fracking para la extracción de petróleo y el uso masivo de los combustibles fósiles. El pasado 9 de setiembre, la legislatura de Río Negro aprobó una modificación legal para permitir la actividad hidrocarburífera en el Golfo San Matías, afectando negativamente sobre esta área protegida y sus habitantes. Se trata de una modificación a la ley 3.308, consta de un único artículo y prohíbe “las tareas de prospección, exploración y extracción petrolífera y gasífera, la instalación de oleoductos, gasoductos u otros ductos para el transporte de hidrocarburos y sus derivados y la construcción de terminales para la carga y descarga de buques que transporten esos productos” en el Golfo San Matías y en el mar territorial rionegrino.

Los legisladores rionegrinos vendieron uno de los bastiones ecosistémicos libres de contaminación para apostar a la producción de ganancia. El proyecto aprobado tiene un objetivo muy claro que es poder sacar el petróleo extraído con el fracking, una técnica altamente nociva para el ecosistema. Como rionegrina, pero también como madre no puedo más que sentir impotencia por este gesto de desprecio hacia la vida y sus comunidades; así como de consternación: ¿qué mundo le dejamos a nuestros niños?

VIVIR… NO SÓLO CUESTA VIDA
En agosto del año pasado, Argentina recibió USD 4.334 millones del Fondo Monetario Internacional y a raíz de la deuda extraída con este organismo en julio de este año pagó un importe de 975 millones de DEG (equivalente a USD 1.285,9 millones). Argentina es el mayor deudor del FMI.

Lo que ocurre es que el impacto inmediato de la crisis es un incremento grande del déficit público y, por lo tanto, un aumento de las deudas públicas, como consecuencia de la pérdida de recursos ligada a la baja de la actividad y a los gastos en asistencia para hogares y empresas.

En nuestra región latinoamericana, los mercados laborales están fuertemente fragmentados con un sector informal muy extendido, en condiciones precarias e inestabilidad laboral, con bajos salarios. Franjas de trabajadores plenos (incluso con empleo formal) viven bajo la línea de pobreza, y una porción relativamente pequeña de la clase trabajadora que conserva buenas condiciones laborales y salarios altos. Los sistemas de protección social se extendieron en cobertura, pero lo hicieron de manera fragmentada y precarizada, con beneficios muy bajos, ya que los perceptores de las ayudas estatales permanecen bajo la línea de la pobreza.

Otra de las problemáticas estructurales de la región es la precariedad habitacional. Los asentamientos irregulares, la falta de acceso a servicios básicos como agua potable, luz eléctrica o cloacas, la falta de acceso al transporte, afectan a un porcentaje importante de familias latinoamericanas: al menos una de cada cuatro en Argentina, Chile y Colombia; una de cada tres en Brasil, Panamá y República Dominicana; y a más de la mitad en México, Venezuela, Perú, Guatemala y Nicaragua, según informes de la ONU.

Lamentablemente, seguimos regidos bajo lógicas capitalistas y más aún, colonizados por una lógica neoliberal del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, claro está, como no existen las formas compactas y homogéneas también han crecido redes comunitarias que buscan desafiar el individualismo y el egoísmo; pero no alcanza para subvertir una lógica que hace siglos se reproduce de manera que nos hace creer que no existe otro modo posible de relacionarnos. La forma en que se salga “definitivamente” de la crisis dependerá de las confrontaciones sociales y políticas con el proyecto histórico del capital.