Va a sonar a lugar común y hasta exagerado, pero el que se murió es mucho más que un ex presidente. Carlos Menem es sinónimo de una década, su nombre está simbólicamente tan asociado a los años 90 que hace rato sucede que al decir “Menem” o “los 90” en argentina en realidad se está hablando de lo mismo. El historiador marxista Eric Hobsbawn decía que el corto siglo XX terminó con la caída del muro de Berlín, en 1989. Siguiendo ese razonamiento, Menem fue el primer presidente argentino del SXXI. Presidió la posmodernidad criolla, y la asumió hasta el paroxismo: la farándula como guía moral de la sociedad, los primeros Movicom y los shoppings, la precarización laboral, el desconcierto político de las izquierdas, las vacaciones en el exterior y el deme-dos-del-uno-a-uno, la represión al rock, la pobreza, los primeros piqueteros cortando rutas en Cutral-Có. Un montaje de documental podría mostrar a los alemanes del este trepando el muro a la vez que directivos anglosajones de traje y corbata desembarcan en este pedazo del mundo para tomar las oficinas de las empresas del Estado. Son tantos los sentidos que caben en esa década y en el apellido Menem que ambos términos van juntos para condensar lo que en realidad fue una tragedia colectiva. En otras palabras: una aventura “modernizadora”, nuestra entrada al siglo XXI, que pagamos carísimo, porque el país quedó hecho pelota y aún sigue padeciendo las consecuencias.

Incluso si seguimos el hilo de Hobsbawn y jugando un poco con él podemos decir sin sentir culpa que en realidad la década del 90 fue larguísima para nosotros: empezó con la híper de Alfonsín y terminó el 19 y 20 de diciembre de 2001. Empezó y terminó con saqueos y muertos en represión y la mitad del país bajo la línea de la pobreza. Podría decirse que Menem es el “administrador” del pedazo de tiempo de “paz” entre las dos crisis: resolvió la primera con la convertibilidad y al mismo tiempo dejó armada la bomba que le estalló después a De La Rúa. Todo como parte del mismo movimiento. Habrá quienes maticen el legado menemista haciendo mención precisamente a eso, pero la misma convertibilidad que brindó cierta estabilidad dejó como herencia la pobreza estructural, el desempleo, la especulación financiera y la destrucción de la industria nacional. Es el lastre invisible que condiciona a la argentina aún hoy, y comparte raíces con el modelo económico dictadura militar. Así de densa es la herencia del muerto.

Si hay un manual sobre cómo hacer campaña diciendo una cosa y haciendo después lo contrario, llegar nada menos que al 25 por ciento de desocupación en la provincia de Buenos Aires y aun así ganar las elecciones, su autor es Carlos Menem. Políticos de derecha: vayan rápido a leerlo. Tal hegemonía política logró Menem, sin fisuras ni grietas en el establishment ni tampoco en el sistema político –hubo “bipartidismo consecuente” de la UCR durante años– que su presidencia alcanzó un nivel de consensos insólito, que le permitió hacer y deshacer a gusto, con total impunidad. Así se vendió Aerolíneas, YPF, las telecomunicaciones, el correo, el gas y la electricidad, por dos chirolas. La política perdió soberanía y autonomía del poder económico, armando un nudo difícil de resolver para las fuerzas progresistas. La única oposición real terminó siendo un sector del periodismo.

Otro dato ineludible: durante su presidencia nacieron los "escraches", tan de moda y repudiados actualmente en la política. Fue al calor de los intentos desesperados de HIJOS por romper la impunidad que Menem le había garantizado a los genocidas de la última dictadura militar. 

Parte de esa acumulación tal de poder lo llevó a subestimar al electorado de una forma que a la luz de estos tiempos despierta incredulidad. Para la historia de Youtube está el discurso del taxi espacial “que se remontará desde la estratósfera” para “estar en China o Japón” en dos horas. Eso solo lo puede decir un cínico, es cierto, pero también tiene que haber alguien que lo aplauda. Eso parece que pasaba con Menem, al menos hasta el año 97, que pierde las elecciones de medio término contra el germen de la Alianza.

Ese bicho raro que ganaría las elecciones dos años después y sacara “al Carlo” del poder, curiosamente, no cambiaría un ápice el modelo económico. Es más, lo profundizaría. No importaba si gobernaban radicales o peronistas, progres o conservadores: el modelo tenía que seguir. El menemato era sobre todo el Gobierno del poder económico. Eso, hay que decirlo, se cortó con la elección de 2003, en la que Menem era el candidato de la dolarización.

Otro legado: la Constitución del 94 es muy buena en muchos aspectos, progresiva en cuanto a derechos humanos, pero es nefasta en términos de soberanía económica. Los recursos naturales pasaron a ser administrados por las provincias, descentralizando el poder del Estado nacional para fijar una política al respecto y favoreciendo el lobby de las empresas trasnacionales que se quedaron prácticamente con todo. Procesos virtuosos en la materia como el boliviano de Evo Morales nos ponen en un espejo inverso porque el país hermano se modernizó recién a partir de los 2000 a caballo de las estatizaciones, lo que da cuenta de cuánto pierden generaciones y generaciones por venir cuando no son dueñas del patrimonio de la tierra que habitan.

Dos pequeños legados más: la concentración de mediática en manos del grupo Clarín, con el que al final de su mandato mantuvo su pleito; y la justicia de las servilletas, la Corte adicta, la impunidad como base de la sociedad: si los torturadores eran indultados y caminaban tranquilos por la calle, ¿qué justicia podía esperar el resto de la sociedad? Una última: la impunidad del atentado a la AMIA. Pocos dirigentes de la democracia tienen una lista de “imperdonables” tan extensa. Quizás ninguno logre superarlo en eso.  

No es fácil encontrar luces. Incluso la oposición “honestista” que generó, como respuesta a los escándalos de corrupción, tienen un correlato con el discurso republicano del presente. El origen de los dirigentes que hacen política con denuncias rimbombantes que quedan en la nada pero les dan 5 minutos de televisión también está en los 90s.

Tendrá su busto en la Rosada, que merece como todo ex presidente, aunque dé un poco de vergüenza, de la misma forma en que sucedió con De La Rúa. Hubo un fenómeno político muy inquietante durante el menemismo: muchos peronistas votando y militando contra un gobierno peronista. Una rara avis para un partido tan verticalista y acostumbrado a los liderazgos personales. Pero fue tal el corrimiento a la derecha de Menem durante sus dos mandatos que el ala izquierda del peronismo, que incluso lo acompañó en aquella primera interna contra Cafiero, se fue asqueada al poco tiempo. Germán Abdala, el primero. Chacho Álvarez, el último.  

Algunas anécdotas le dan a la figura algún tinte risueño, por fuera de su legado en el poder: su relación con Montoneros y la JP; su breve tiempo como preso político de la dictadura; su obsesión con el Chacho Peñaloza, los ponchos y los caballos en Olivos; la relación tormentosa con Zulema, el matrimonio de cartón con la chilena Cecilia Bolocco, que le daba besos con asco evidente; su amistad con Charly García y Maradona; las “relaciones carnales” con Clinton; los spots “Vamos Menem” y “Menem lo hizo”.

Lo que recordaremos de su final: una agonía que atravesó el mes de diciembre de 2020, cuando el Senado convirtió el ley el derecho al aborto legal, el cual hubiese votado en contra. Su ausencia fue una de las bisagras que permitieron revertir aquel resultado negativo de 2018.