Este 2018 fue inesperado para el gobierno. Luego de un bienio 2015-2017 positivo, Cambiemos se encontró luego de las elecciones en la cresta de la ola. El 2019 parecía un trámite, con todo lo que eso significaba históricamente: no solamente un presidente no-peronista terminaría su mandato, sino que incluso podría ser reelecto. Sin embargo, tuvo lugar una tormenta perfecta de un frente externo muy débil, cierto ensimismamiento por parte de la “mesa chica” del gobierno y un mal manejo de las medidas impopulares que el gobierno creía que debía tomar.

 A poco más de un año de las elecciones 2019, el Gobierno se enfrenta con una agenda urgente de corto plazo, que lamentablemente bloquea la agenda de largo plazo que la clase dirigente de nuestro país debería discutir y que Cambiemos pareció plantear al comienzo de su gestión. ¿Cuáles son los elementos de esta agenda de largo plazo?

En primer lugar, la cuestión de la matriz económica del país. El gobierno planteó un futuro de una Argentina emprendedora, creativa e innovadora. Como parte de su idea de “cambio cultural”, el proyecto a largo plazo del macrismo parecía ser el progresivo desmantelamiento de lo que su mapa mental creía que era el lastre del país: un populismo prebendario en el que un Estado ineficiente era el eje central de la economía.  

Más allá de que uno suscriba o no el diagnóstico, lo cierto es que la clase dirigente de nuestro país debe redefinir una estrategia de inserción en la economía mundial. Argentina exporta poco. A resultas de esto, nuestro país no produce los dólares que necesita para financiarse. Asimismo, su dependencia de pocos productos con valor agregado (vinculados al agro) la expone a fluctuaciones de precios; y encima la agroindustria no es un gran empleador. Sucesivos gobiernos experimentaron con industrialización sustitutiva, cierre de importaciones y controles de capital que nunca resolvieron el problema de fondo. Lamentablemente, el gobierno tampoco propone resolver este problema, más allá de plantear una insuficiente reducción en los costos del trabajo y de los procedimientos burocráticos.

Otro tema central que el gobierno no parece tener en sus prioridades es la educación. La Argentina invierte relativamente mucho en educación universitaria, pero relativamente poco en educación inicial. Sin embargo, para romper el núcleo estructural de pobreza es necesario reorientar las prioridades de gasto en la primera infancia. Por supuesto, esto no es fácil en contextos de restricciones económicas. Pero es fundamental que el gobierno plantee esta cuestión si quiere verdaderamente ser competitivo en la economía mundial.

Estas dos cuestiones (el crecimiento a largo plazo y la educación inicial) son centrales para resolver la cuestión de la pobreza estructural de nuestro país. Pero el gobierno se quedó en el slogan de “pobreza cero”, que no solamente es irreal sino que además no plantea cómo llegar a ese objetivo.

Por supuesto, todo esto queda sepultado por la coyuntura. Pero aquí el gobierno también falla. Su política cambiaria no logra estabilizar el precio del dólar. El gobierno parece perdido, sin rumbo. No parece poder resolver la puja interna entre la gestión económica y la Jefatura de Gabinete.

Adicionalmente, el gobierno parece haber perdido sus reflejos en lo que se consideraba uno de sus puntos fuertes: el campo comunicacional. El acuerdo con el Fondo y el aumento de tarifas fueron pésimas noticias que el gobierno falló en transmitir correctamente.

En definitiva, el gobierno sigue con lo que parece ser una pequeña ventaja en vistas a 2019. Su principal carta de triunfo en este punto sigue siendo la presencia de Cristina y de un kirchnerismo que se niega a tender puentes con el resto del peronismo. Para un gobierno que se soñó reformador, seguir dependiendo de Cristina parece poco. 

*PhD en Ciencia Politica. (UNSAM-UTDT). Twitter: @jjnegri4