Primero intentaron con lo sanitario. Quisieron instalar que el COVID-19 había ingresado al país por impericia del Gobierno nacional, como si semejante cosa dependiera del buen o mal actuar de administración alguna. No funcionó porque, por el contrario, fue rapidísima la reacción de Alberto Fernández una vez que sucedió lo inevitable. La convocatoria a los mejores expertos en infectología del país para asesorar al Presidente fue un tiro de gracia. Futbolísticamente dicho, cada vez que sacaban al Lionel Messi en la materia -o al Cristiano Ronaldo o al Sergio Agüero, da igual porque en este caso todos juegan para el mismo equipo-, no conseguían que ni uno sólo criticara el accionar oficial. De ahí que hayan buscado discutirles de lo que no saben, y como por esa vía cayeron en el ridículo (por ejemplo, en razón de la cantidad de testeos que se están practicando), ahora ya recurren directamente al insulto (sería un demérito ser infectólogo), o bien a reclamar un seleccionado igual, pero de economistas (neoliberales) para pensar la salida (que, en realidad, si un día se conformara, sería una paritaria de exigencia de exenciones impositivas).

En resumen, no caminó por ahí la cosa. Tampoco anduvo el llanto económico, porque de tan acostumbrados que están a que nadie los contradiga, muy pronto se les notó que, lejos de legítimos llamados de atención por los bolsillos de los trabajadores, lo que los preocupa es no pagar los costos del desastre. Además, es muy de esos sectores sociales creer que las mayorías populares son idiotas, y que olvidarían fácil y pronto que esas ideas son las que llevaron al país a la ruina hace apenas unos meses, tras los peores cuatro años desde 1983.

No les salió con el reclamo de sesiones legislativas presenciales, ni con el pedido de rebajas salariales a los dirigentes políticos, ni con los errores que inevitablemente aparecieron en la gestión del aislamiento, que aunque existieron no echaron todo a perder, como se quiso convencer para desanimar y forzar así un corte abrupto de la cuarentena, por ejemplo el día del reinicio del cobro jubilatorio (que, de tan desastroso, fue el principio del fin para el primer despedido de Alberto).

No les salía ni una hasta que, quizá, hayan encontrado una que puede salir. La operación montada sobre las salidas de detenidos en prisión preventiva y/o por delitos leves sí es apta para moverle con fuerza el piso al gobierno del Frente de Todos por primera vez desde su asunción. Y no se trata de la mayor o menor convocatoria que hayan alcanzado los cacerolazos balconeros. Al fin y al cabo, sólo con el 24% de la ciudadanía que votó por Mauricio Macri en las PASO 2015, acaso el segmento más antiperonista del 40% que optó por él de nuevo en 2019, basta para hacer ruido.

El pedido de mayor seguridad no reconoce clases sociales, también la demandan quienes votaron y votarán al peronismo, y es lógico que ponga pelos de punta la versión de que el gobierno nacional y/o el bonaerense de Axel Kicillof han dado órdenes de liberar criminales aberrantes a mansalva. Sobre todo, en un contexto de encierro en el que los miserables con micrófono que pueblan los canales de TV son más vistos, y en el que sus públicos están más sensibles.

Sería bueno que en Olivos estudiaran bien el panorama del sector menos aferrado ideológicamente de la sociedad, que en gran medida metió la boleta azul del FdT hace pocos meses. La mayoría de quienes prefirieron a Cambiemos pese a la catástrofe que fue el gobierno amarillo son irrecuperables, y no es menor que esta operación haya venido después de que la parte irracional de la coalición haya retrocedido feo con el guiño que 15 de sus diputados menos belicosos le dieron a Sergio Massa para que la cámara baja sesione virtualmente. El problema sería que recuperen a quienes abandonaron el 51% que consagró a la CEOcracia. Y en ese sentido, conviene recordar que las movidas fascistas sólo crecen sobre un marco previo de descontento económico (de lo contrario, se diluyen). La pandemia arruinará bolsillos, pero Alberto cuenta con recursos para amortiguar la caída. Y ahí la capacidad de respuesta viene muy dispar.

Sobre todo, el drama es que las cosas que se anuncien no lleguen. Eso cae peor que si directamente no hubiese qué repartir. Ahí se genera una sensación de que quien está al mando carece de altura para el sitio que ocupa. Además de perder el miedo a emitir, Fernández tiene que sacudirse los vicios de la prolijidad para que todo aquello aplaudible que dispone, se concrete.