Si algo le faltaba a este 2020 era un 17 de Octubre como el de ayer. Fue un trampolín emocional, cuyo pulso estuvo marcado por el conteo de usuarios que siguieron el acto oficial vía redes sociales y por la magnitud del desahogo callejero. El clima funcionó como metáfora: primero la lluvia, y más tarde un sol pleno, peronista. El plan original, de una “movilización online” respetuosa de las medidas sanitarias, aunque algo fría, duró lo que un suspiro. Pero la fiesta no se arruinó, sino que empezó en ese mismo momento: lo que vino una vez que la app “17 Octubres” confirmó su desfallecimiento, fue un desmadre de coches y calor humano en la 9 de Julio y sus adyacencias, de la mano de Camioneros y Smata, los dos gremios que apostaron a la calle, salvaron la jornada y ganaron. Le dieron la posibilidad a Alberto Fernández de presidir el Día de la Lealtad con algo de ruido y de “Movimiento”, en el sentido más peronista de la palabra.

Los nervios crecieron a la una de la tarde, cuando la plataforma online 17octubres.ar colapsó y todo el plan original del festejo se desvaneció. “Un ataque informático sincronizado”, denunciaron desde la organización, comandada por Javier Grossman e Ignacio Saavedra. Cosas del peronismo: el “choripán virtual” con que se había promocionado la app terminó dejándole el lugar al video del “chorimóvil” montado por los trabajadores movilizados en el acoplado de un camión, que se viralizó en redes. “Volteame la web que me subo al auto”, lo resumía uno de los carteles de los manifestantes.

Podría decirse, entonces, que de no haber sido por la convocatoria callejera, los diarios de hoy contarían otro panorama, más bien desolado y gris, y con eje una ausencia que hubiera resonado mucho más, la de Cristina Kirchner. Si el objetivo del Gobierno era festejar los 75 años del 17 de octubre para salir de la posición defensiva en la que lo habían puesto la corrida del dólar y los banderazos opositores, hay que decir que hizo bien en no censurar la irreverencia de los Moyano y sus gremios cercanos. Apenas intentó “desmotivarla”, pero a la luz de los hechos hizo bien en no cancelarla explícitamente.

“La desalentamos de todas las formas posibles, por la orgánica, por los medios, pero no hubo forma. Evidentemente la gente tenía ganas de salir”, describían ayer a Diagonales cerca de uno de los funcionarios más importantes del Gobierno. “El conurbano copó otra vez la capital”, era la conclusión política en la Casa Rosada.

Ese desborde pudo verse también en algunos funcionarios, como Pepe Albistur, amigo personal de Alberto, que no se aguantó más y se subió al auto con su esposa, Victoria Tolosa Paz, secretaria de Políticas Sociales de la Nación y concejala platense. A ambos se los vio entre la multitud que tampoco controló sus impulsos y salió a buscar el calor de los “compañeros”, en lo que terminó siendo, para los parámetros pandémicos, algo muy cercano a una movilización “masiva”, aunque resulte imposible medir una convocatoria con la gente a bordo de sus coches. Sí puede decirse que fue la más extensa: empezó a las diez de la mañana y la caravana continuaba entrada la noche, lo que dio cuenta, además, de su espontaneidad.

El Ministro del Interior, Wado de Pedro, visitó por su parte la sede de SMATA al mediodía para “felicitar” a los muchachos, antes de formar parte del acto central en Azopardo, que cerró Fernández. El gesto dio en la tecla: la CGT, más allá de sus internas y sus fracciones, y de los intentos discursivos por restarle peso político, volvió a demostrar hoy por qué es la columna vertebral, por más vértebras que tenga rotas.

Y además: quedó claro que el peronismo no es sólo un frente electoral que compite en elecciones cada cuatro años. Es también un torrente cultural indomable. Por más fechas de caducidad que se le hayan puesto, está vivo sobre todo en los trabajadores formales y los trabajadores pobres, que no lo van a dejar morir, para tormento de sus detractores.

Esa verdad incómoda para la oposición –y por qué no, también para el asombro de un sector del Gobierno– salió a relucir ayer con toda su potencia. Por un momento, el Gobierno salió de las cuerdas del ring, violando la cuarentena, pero tomó aire para lo que sigue (incluso para seguir combatiendo la pandemia). Habrá que ver si está a la altura de lo que su gente está dispuesta a darle.