Sergio Massa acuñó la expresión “nueva mayoría” y CFK habló de la necesidad de trascender los límites electorales que tocara la nueva coalición cuando propuso a Alberto Fernández. Lo primero se consiguió en las urnas, lo segundo durante la pandemia: el 40% ya objetivamente no es homogéneo, entre los irracionales del sector cacerolero y quienes colaboran con el Presidente porque, detalle, a diferencia de los otros, tienen obligaciones por atender.

La cuarta etapa de la cuarentena ha sido la peor de todas porque los miserables se decidieron a acelerar en su rumbo demencial. Pero también, todo hay que decirlo, porque el gobierno nacional les dio espacio con sus errores y su lentitud en materia económica, insumo clave para que el aislamiento funcione. Si la desesperación por el bolsillo saca a la gente a la calle, la nueva fase sanitaria se sale de control y se desborda lo que hasta aquí se ha contenido, Fernández pasará a ser atacado por incorporarse al club de países que apilan cadáveres (aunque le recomienden imitarlos, no son de preocuparse por la coherencia) y, a la vez, por haberse cargado a la economía “para nada” (aunque eludir el confinamiento y entregarse a la “inevitabilidad” del virus, lo prueba el drama combinado de EEUU, tampoco es garantía).

La timidez (económica) que Alberto no tuvo para correcta y valientemente encerrarnos a todos es hija de una obsesión por el consenso a esta altura mal calibrada. Lo que podía alcanzarse en tal sentido ya está. No habrá más por mucho que se ofrezca. Lo que quedó afuera es el antiperonismo rabioso al que nunca nada lo convencerá. Alberto debe concentrarse ahora en el 48% que lo votó y en sostener la convivencia racional que logró con la angosta avenida del medio, que no le costará mucho. Para lo primero, hacen falta decisiones que, ineludiblemente, traerán conflicto. Y, sí. No hay otra forma. De nuevo: es inútil pretender aprobación total.

Puede entenderse un poco la prudencia en un país en el que los dirigentes que han tomado decisiones populares han sido ilegalmente arrastrados a tribunales por confluencias mafiosas que les tienen jurada venganza. También es posible, en otro sentido, que Olivos esté guardando cartuchos para un desierto que será largo. Pero es imprescindible que tenga claro que, en algún momento, deberá tomar el centro del ring, porque los propósitos que enuncia, y que convirtieron al Frente de Todos en gobierno, no vendrán por gracia ajena. Si era lógico en un mundo normal un ciclo más charlado para asegurar el retorno a Balcarce 50, en éste que ha quedado patas para arriba sólo asegura caer de pera al piso. Los dueños de las cosas no querrán pensar lo nuevo, sino ver cómo ocupan todos los botes del naufragio.

Por si faltaran alicientes, debería convencer el fracaso del cacerolazo del #7M, convocado explícitamente contra el gobierno nacional luego de que el destinatario del más ruidoso de la semana previa quedara en discusión, probablemente porque mucha gente que quería protestar contra la supuesta liberación masiva de presos no creyó que el oficialismo estuviera detrás de la maniobra como se quiso hacer creer. El fallido intento de partidización de ese descontento deja en claro que la vocación gorila está, de momento, muy acotada.

El peor escenario es quedarse sin el pan y sin la torta, entre quienes nunca aceptarán participar de una racionalidad compartida y aquellos que quizá se decepcionen si lo que se les prometió no llega. Al Presidente le sobran soldados que están a la espera de que los convoque a pelear. Los que endulzan oídos con letras de molde, en cambio, tienen el cuchillo debajo del poncho siempre listo y muy claras sus pertenencias. Entre las cuales no lo cuentan a él.