Van dos sesiones de Diputados desde que Alberto Fernández ganó la presidencia y en ambas el interbloque Cambiemos mostró, por decirlo suave, fisuras. Se trata de la negativa de quienes no integran el núcleo duro de PRO a seguir bancando los caprichos de Mauricio Macri. Cuando el presidente mandato vencido tenía la lapicera, todo fluía. Sin ella, ya no hay elemento ordenador. El calor oficialista ahora está en otro lado, y acercarse a esa nueva fogata puede proveer comodidades sobre las que el PRO ya no dispone, fundamentalmente si se empeñan en encerrarse en el liderazgo único e indiscutible del dueño de la segunda alianza “porque es el que más mide”. Esa obstinación se expresará el #7D, despedida del derrotado en la última elección.

Nada que sorprenda, lo mismo sucedió en el peronismo tras la derrota de 2015, hasta que CFK se abrió a un juego más negociado, que coronó con su corrimiento vicepresidencial. Mientras su indiscutible mayor caudal electoral en relación al resto de los compañeros fue el concepto excluyente de construcción kirchnerista, el ex Frente para la Victoria no hizo más que desgajarse. Diego Bossio y los diputados de los gobernadores primero, los sub-bloques misionero y santiagueño después, el Movimiento Evita por último. Ni hablar de reconciliarse con Sergio Massa. Bastó el ya mítico video del 18 de mayo pasado, 12 minutos, para apilar todo (y más) de nuevo. Los ruidos en el oficialismo saliente inducen a pensar que allí está por repetirse aquella película.

Con mayoría holgada en el Senado, pero aún en minoría en Diputados, el Frente de Todos le dedica mimos a Emilio Monzó para operar en función de no sólo conseguir las manos levantadas que hacen falta en la cámara baja, sino de ayudar a la construcción de otra alternativa. Siendo que resulta inevitable que haya oposición, el dilema pasa por optar entre una racional, sensata, mesurada --como la que podría vertebrar el vindicador de la rosca--, u otra de corte antichavista.

Y es que el problema del segundo gobierno de Cristina Fernández no fue tanto que la sociología gorila ganara las calles como la traducción partidaria-electoral de aquel descontento a partir de la convención del radicalismo en Gualeguaychú y la edificación de Cambiemos.

No disponiendo aquí la futura oposición de Fuerzas Armadas a las que acudir, si Fernández y compañía consiguen evitar que al menos una parte de sus futuros rivales se tienten con representar el programa bolsonarista que se olió, entre otros episodios, en la gira #SíSePuede, podrán apostar al desgaste de, si fuera el caso, un ataque irracional y violento que no tomase en cuenta la gravedad de la situación que deja la gestión que apoyó ese segmento poblacional.

Es por ello que también se apuesta sin pausa a un nuevo quiebre del peronismo, la otra condición del balotaje de hace cuatro años, presentando como dramáticos topetazos normales de toda negociación política. Finalmente, hubo orden porque, además de que nadie tiene hoy margen para rebelarse contra la fórmula presidencial proclamada, de que la segunda de dicho binomio ha cedido esta vez más que nadie allí (dando ejemplo al resto en tal sentido) y de que la repartija legislativa ha sido equilibrada, porque sería tonto echar a perder el trabajo realizado desde 2018 por una pequeñez parlamentaria cuando hubo consenso al tope de la boleta, nada menos. La unidad y la fidelidad ideológica son el mejor antídoto contra la anomia que hoy muestra la región.