El triunfo del MAS en Bolivia de la semana pasada volvió a poner en el candelero la idea de recuperar la UNASUR y pensar a la región como una zona de unidad tras años de fragmentación. Incluso el propio Alberto Fernández compartió esta idea con Evo Morales en un rápido encuentro de celebración. El triunfo del MAS no sólo dio aire al gobierno argentino por contar con un nuevo aliado, sino que además mostró que la idea de haber refugiado al líder cocalero y ex presidente fue correcta ya que la hipótesis del fraude esgrimida un año atrás para desalojarlo del poder se mostró muy debilitada ante la avalancha de votos.

A este optimismo, incluso, podrá sumársele la elección en Chile y un posible retorno del Correismo al poder en Ecuador en Febrero próximo. Sin dudas, frente al panorama de soledad que se encontró Alberto Fernández a su llegada al poder, la situación se presenta hoy como mucho más relajada. Pero aún con este nuevo escenario, una mirada atenta de la región aún obliga a tomar en cuenta fuertes limitantes para la posibilidad de repensar un marco similar al vivido algunos años atrás tanto en términos políticos como económicos.

En relación al primer punto, el político, se podría decir que es difícil, por no decir imposible, pensar en un retorno de la UNASUR sin la presencia de Brasil. La UNASUR y, de hecho, la propia idea de Sudamérica como entidad política fue una iniciativa fuertemente brasileña que inició su recorrido ya en el año 2000 con el intento de construcción del Área de Libro Comercio de Sudamérica (ALCSA), para luego transformarse en 2004 ya con Lula en el poder en la Comunidad Sudamericana de Naciones y, finalmente en 2008, en la UNASUR.

Las razones de esta búsqueda sudamericana de Brasil son variadas, pero incluyen su necesidad fronteriza de contar con un espacio común con sus vecinos, su búsqueda de proyección al mundo como líder de un espacio regional y su voluntad, al menos en los años 2000, de regionalizar su economía y sus empresas con Odebrecht a la cabeza, a partir de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA).

Todas estas cuestiones hoy están ausentes en el gobierno brasileño. Ni le interesa mucho coordinar con sus vecinos, ni quiere proyectarse al mundo bajo una idea de liderazgo ni, tampoco, fomentar su propia industria. Y, para colmo, considera que la UNASUR fue un reducto chavista, cosa llamativa ya que allí participaron todos los países de la región del más diverso signo político atraídos, entre otras cosas, por el liderazgo de Brasil y su promesa de financiamientos múltiples.

Por tanto, mientras Jair Bolsonaro gobierne Brasil, reflotar la UNASUR es prácticamente imposible.  E incluso posiblemente, ineficaz, en la medida que se dejaría por fuera a México, país central en la actualidad para pensar un renacer regional. En este sentido, sostener el Grupo de Puebla como espacio de diálogo político y reforzar los espacios comunes con España (y la Unión Europea) en pos de una resolución pacífica de la situación venezolana parecen iniciativas valiosas llevadas adelante por el gobierno argentino para reconstruir lazos políticos regionales.

En relación al segundo punto, el económico, la situación se presenta incluso un poco más compleja, aunque el peso que adquiere la región en el comercio externo argentino obligue a transitar esta cuestión con mucho cuidado. Es que si se pretende construir un modelo productivo diversificado, sosteniendo sectores de la economía que vinculen empleo, con innovación y valor agregado, la región es sin dudas la base central de cualquier proyecto.

Por ello, el gobierno argentino debe encontrar la forma de transitar satisfactoriamente dentro un MERCOSUR donde la posición nacional es absolutamente minoritaria. Nuevamente el giro del gobierno de Brasil, de una posición más proteccionista a un liberalismo pleno, sumado al cambio de gobierno en el Uruguay, generó un proceso de aceleración de la búsqueda de acuerdos de libre comercio con terceros mercados sumamente complejo.

Esta hoja de ruta, firmada en el año 2019 tras la finalización de la negociación del acuerdo con la Unión Europea, incluye a países como Corea del Sur, Canadá, Líbano y Singapur. Frente a este escenario las opciones para la Argentina son acotadas. Quedar por fuera sería un grave error y hacer seguimiento acrítico del resto de los socios también. Por tanto, queda aprovechar la obligación de los países del MERCOSUR de negociar en conjunto para buscar sostener algunas líneas rojas donde no se debería avanzar.

En definitiva, el final del 2020 encuentra a la Argentina en una mejor posición al interior de la región de la que tenía al inicio de año. Esto no es poco. Pensando en el contexto de pandemia y con algunas fuertes derrotas a cuestas como la elección del Director del Banco Interamericano de Desarrollo, contar con este saldo positivo es para destacar. Pero las limitaciones siguen siendo muchas y la región demasiado importante para el futuro del país. Por ello, el equilibrio entre pragmatismo e ideología debe estar muy bien calibrado, con una mirada estratégica aún a costa de algunos cimbronazos del frente interno.

Para cerrar, vale mencionar que la ¿victoria? de Biden poco cambiará en el vínculo de EEUU con la región, pero de confirmarse moverá las piezas debilitando a algunos y empoderando a otros. Quizás, en el caso de la Argentina el saldo sea neutro en forma bilateral, pero el debilitamiento de Bolsonaro a escala global augurará quizás un mejor 2021.

* Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lanús