Argentina, diciembre de 2021. Terminó un proceso electoral más en nuestro país. Ya están los escrutinios definitivos puestos arriba de la mesa, y sabemos cómo va a ser la conformación de nuestras cámaras de Senadores y de Diputados. Sabemos que a nivel nacional, aunque las letras de molde digan otra cosa, no hubo resultados fuera de lo esperado. Sabemos que –como ya es casi una costumbre nacional- el oficialismo tuvo un mal desempeño, y la oposición logró mejorar sus términos relativos. Sin embargo, ninguno de los sectores puede proclamar un triunfo claro sobre el otro. ¿Es esto una novedad? ¿A dónde nos lleva?

Hace ya muchos años, Guillermo O’Donnell padre de todos los que hacemos ciencia política aplicada en nuestro país, acuño el concepto de “juego imposible” para hacer referencia a la competencia política en la Argentina post-peronista. Este juego, palabras más o menos, consistía en señalar que la ecuación conflictiva derivada de los resultados electorales era de una virtual imposible resolución, ya que ninguno de los dos bandos preponderantes en la política argentina tenía mayoría por sí mismo. Por un lado, clases bajas y pequeños industriales o comerciantes; por el otro, clases medias-altas y altas, y los sectores rurales. Ambos vetaban mutuamente sus preferencias políticas.

Desde 1983 ese juego pareció desequilibrarse. Primero con el triunfo del radicalismo, luego con la primera llegada al poder del “peronismo sin Perón” que significó Menem, y posteriormente con la crisis de representación política que permitió la tan nombrada “transversalidad” del peronismo en el período posterior a 2003. La reconstrucción del tejido político con las presidencias del matrimonio Kirchner, combinada con las reformas institucionales desarrolladas durante el mencionado período, dejó un esquema en el cual el “juego imposible” vuelve a la cancha. Tanto el peronismo (en esta versión que hoy se denomina “Frente de Todos”) como el arco no peronista (en esta versión que hoy se denomina “Juntos por el Cambio”) pueden ganar elecciones, pero nunca con una mayoría clara que le permita imponerse sobre el otro. A punto tal que el contrincante reclama sobre esta falta de imposición, argumentando que “la mayoría está en contra de quien venció”.

Este hilo discursivo, claramente presente en las exposiciones post-electorales de todos los sectores políticos, nos permite pensar que –a priori- los dos años que quedan del actual gobierno alumbrarán una especie de parálisis, donde aunque ambos sectores puedan tener iniciativa, ninguno logrará concretar una medida transformadora. Esto, sin embargo, tiene una excepción posible: el diálogo con las terceras fuerzas y los liderazgos provinciales.

Aunque a veces parezca sorpresivo, la elección de 2021 no fue una elección particularmente buena para las terceras fuerzas. En toda elección legislativa surgen terceras fuerzas con cierta potencia (por mencionar algunas, el “Acuerdo Cívico y Social” en 2009, el “Frente Progresista” en 2013 o mismo el massismo en 2017). La particularidad es que por primera vez en bastante tiempo, son las fuerzas liberal-conservadoras las que ocupan este tercer lugar en los distritos más grandes del país. Estas fuerzas no contarán con bancas suficientes como para poder inclinar la balanza en uno u otro sentido, pero su presencia permitirá marcar la agenda discursiva de la oposición. Aunque a nivel nacional, el tercer lugar lo ha obtenido la izquierda, en el resto de los distritos, fuerzas de orden local han hecho elecciones relevantes y han obtenido bancas, convirtiéndose en las verdaderas piezas preciadas de la negociación legislativa (el MPN neuquino, Juntos Somos Río Negro, o el oficialismo misionero, por mencionar algunas).

La naturaleza de nuestro poder legislativo convierte a los gobernadores provinciales en actores cruciales en la negociación política. Gobierno y oposición tienen una carta muy importante a jugar a partir de la inclusión de intereses provinciales en la negociación de la agenda legislativa. Tampoco deberían olvidar que en las provincias, en estos dos años, comienza el armado de las candidaturas a los gobiernos locales en 2023. El posicionamiento de candidatos alternativos, así como también el robustecimiento de los gobiernos provinciales, será prioridad para los distintos sectores políticos, y se meterá de lleno en la negociación legislativa.

En síntesis, oficialismo y oposición tienen cartas para negociar, para cimentar los dos años que quedan desde el Congreso, pero no pueden olvidarse del “juego imposible”: ninguno tiene mayoría. Ese proceso histórico terminó con el período más sangriento y triste de nuestra historia contemporánea. Las fuerzas políticas deben comprender que para hacer posible el juego, tienen que abrir las puertas de negociación con sus contrincantes. El resultado electoral y las discusiones de las últimas semanas nos muestran que la ciudadanía está más deseosa que nunca de ello: nuestros legisladores, para poder hacer algo real, deberán negociar con todos. Dependerá de ellos que el juego imposible sea posible.

*Politólogo, y profesor en las carreras de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica Argentina, la Universidad del Salvador, y la Universidad Nacional de Tres de Febrero; investigador del IDICSO (USAL); y se especializa en procesos electorales y partidos políticos./ Twitter: @ferdsardou/ Las opiniones vertidas en este texto son personales.