La primera aparición pública del jefe de Gabinete, Marcos Peña, dejó el amargo sabor de que el cierre de la jornada electoral no sería un trámite armónico. Ante la apabullante diferencia en la cosecha de sufragios que graficaban los boca de urna al cierre del primer envío de esta nota, el premier cambiemita centró su discurso en las fricciones y supuestas denuncias contra el normal desarrollo de los comicios.

Flanqueado por sus pares de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires, Federico Salvai y Eduardo Macchiavelli, respectivamente, Peña apeló a la ilustración de un escenario de refriegas, tal vez más efectivo si la distancia en el caudal de votos no fuese tan abrumadora. Consultado por un periodista de Clarín sobre la chance de que el presidente Mauricio Macri reciba a su retador, el candidato del Frente de Todos, Alberto Fernández, el otrora fulgurante funcionario recomendó esperar a los resultados, después de las 21, porque “cuando uno se apresura, se puede equivocar”, y agregó que “si hay ballotage, no tendría sentido la reunión”.

Haber mentado esa posibilidad, una obligación en una pelea donde el contendiente no quiere reconocer su derrota antes de tiempo, también abre un interrogante sobre la longitud de la noche que se abriría en minutos sobre los techos del bunker macrista en Costa Salguero.

La avalancha porteña

Durante el curso de la tarde, dos fuentes consultadas por Diagonales soltaron la posibilidad de que la Ciudad de Buenos Aires cayera en ballotage porque el actual jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, arañaba pero no alcanzaba el guarismo del 50 por ciento. Pasadas las 21, el oficialismo de la Capital Federal se alzaba con el 55 por ciento de los sufragios según las mesas escrutadas.

Agradeciendo a los votantes, a sus compañeros de lista, a sus opositores y, principalmente, a Macri y María Eugenia Vidal, Rodríguez Larreta celebró la revalidación al frente de la Ciudad al son de un popurrí de canciones que iban desde Vilma Palma e Vampiros hasta La Mancha de Rolando, sin privarse del inefable Chano. El alivio, al fin de cuentas, tardó pero llegó. Más temprano, desde el entorno de un legislador porteño del Pro habían deslizado a este cronista, con desazón, que “Horacio no alcanzaba los 50 puntos”.

La remontada (del sueño) macrista

A medida que el bunker de Salguero comenzaba a poblarse, una funcionaria con despacho en el primer piso de la Casa Rosada dijo que la esperanza seguía intacta a propósito de llegar a la segunda vuelta a nivel nacional. Los boca de urna la desmentían pero ella se mantenía incólume: en su auxilio saldría una ristra de ministros, unas horas más tarde y con el titular de Transporte, Guillermo Dietrich, a la cabeza, a tratar de instalar que la diferencia entre Macri y Fernández no era tan amplia.

Desde el campamento opositor, por su parte, advertían que eso se debía a que el sistema de carga de las mesas escrutadas ponderaba primero los distritos donde al oficialismo le había ido bien. Aun así, los funcionarios cambiemitas sembraban las redes, los contactos con periodistas y sus intercambios con el círculo rojo con la idea de que se asistía a la épica de la remontada macrista.

Sin embargo, fuentes del gabinete concedieron a este medio que ni las denuncias ni la persistencia en el cuco del batacazo del final se sostendrían si la diferencia se mantenía. A esa altura, el julepe había cundido en el Frente de Todos y eso, a priori, bastaba según los ministros con más diálogo con el establishment local e internacional, por vínculos o procedencia directa.

En esa tesitura, salieron al escenario primero Vidal y, luego, Macri. Ambos reconocieron las victorias de sus contrincantes y se mostraron proclives al inicio de una “transición democrática”. Los dos también avisaron, al igual que lo hizo la propia Cristina Fernández de Kirchner en 2017 desde el búnker de Arsenal de Sarandí, esto recién empieza.

Ya con el 92 por ciento de las mesas escrutadas, el saldo electoral era de 47,87 por ciento para la fórmula de los Fernández y 40,62 por ciento para el binomio Macri-Miguel Pichetto. La primera conclusión sería que habemus gobierno electo… y habemus una nueva oposición.