Los días de apoyo casi unánime a la cuarentena y al manejo de la situación de parte del gobierno nacional, quedaron atrás. Mucha agua corrió bajo el puente y se reinstaló la grieta política. La oposición comenzó a tomar distancia de la cuarentena y sus dirigentes más virulentos se dedicaron a sabotearla y los medios opositores a instalar la muletilla de “la cuarentena más larga del mundo”. Pero especialmente, luego de varios meses de confinamiento buena parte de la población comenzó a manifestar su cansancio y angustia con las limitaciones para trabajar y salir del hogar. Ese agotamiento fue minando la legitimidad y el cumplimiento efectivo de la cuarentena.

En ese contexto cobraron fuerza distintas críticas hacia el gobierno y el presidente, y especialmente cobró fuerza el cuestionamiento a una supuesta falta de autoridad o capacidad para tomar decisiones autónomas. El tema creció a partir de las idas y vueltas en torno a la expropiación de Vicentín, pero luego se siguió insistiendo en el punto. En particular se comenzó a construir la idea de que en realidad el Presidente no decidía sino que la que lo hacía era la Vicepresidenta. Queremos analizar un poco el mecanismo de este argumento para mostrar cómo funcionan algunos de los mecanismos simbólicos para la construcción de argumentos verosímiles y lograr el desplazamiento de sentido, lo que da lugar a un falso dilema sobre la necesidad de diferenciación de Alberto Fernández respecto de Cristina Kirchner.

El punto de partida aquí fueron los primeros días de la cuarentena, cuando el gobierno decidió un fuerte cierre de actividades con el objetivo de bajar la curva de contagios de COVID19. El éxito inicial de la medida le representó niveles inéditos de apoyo al Presidente, cercanos al 90%. El bloque opositor, político y mediático, luego de un apoyo inicial cayó en la cuenta que de persistir esa situación, el oficialismo podría consolidar enormes niveles de apoyo y sepultar cualquier perspectiva de recuperación opositora al menos en lo inmediato. Fue así que comenzó a buscar el modo de franquear principalmente el sector más opositor del electorado, el núcleo duro del macrismo. Las acciones comenzaron a dirigirse a cuestionar primero algunas decisiones puntuales de la cuarentena, como la supuesta intención de liberar presos para evitar los contagios en las cárceles, hasta finalmente embestir contra el aislamiento social preventivo obligatorio (ASPO). En un principio, estas acciones no lograban prosperar, pero a medida que pasaban los días, los contagios se mantenían o incluso crecían lentamente y se sentían las dificultades económicas derivadas del aislamiento, el malestar empezó a crecer y la ASPO fue perdiendo legitimidad y efectividad. Allí surge el conflicto en torno a la empresa Vicentín y las supuestas desavenencias entre el Presidente y su vice. De ahí en más, el tema comenzó a ser recurrente en los medios opositores.

Lo que nos interesa analizar acá es el mecanismo político para la construcción de sentido. Por un lado, la oposición impulsa la desobediencia al aislamiento, la inconducta fiscal y la especulación financiera, entre otras acciones dirigidas a debilitar al gobierno. A medida que comienzan a tener éxito estas medidas generan efectivamente la sensación de falta de autoridad de parte del presidente, dado que se vuelve difícil sostener efectivamente el aislamiento o conseguir contener el dólar, entre otras medidas. Una vez que esta dificultad es percibida, se desplaza la causa de la misma. En lugar de la efectividad de las acciones opositoras, se utiliza la imagen sedimentada de una CFK todo poderosa, capaz de doblegar al Presidente, a la justicia y a quien se le ponga enfrente. Así se ubica, en el origen de algunas dificultades palpables del gobierno, un conjunto de supuestas desavenencias entre Alberto y Cristina. Y en este punto, se comienza a plantear que el Presidente enfrenta el dilema de distanciarse de su Vicepresidenta o ser un “títere” (recordemos el “Albertítere” con el que se lo denostaba incluso antes de asumir).

El único costado verdadero de este dilema es lo irresoluble del mismo, tal como se lo plantea al gobierno: o se separa de Cristina, y por ende se distancia de la mayoría del electorado del Frente de Todos, o sino queda parado en un lugar secundario, de un Presidente sin autoridad y alejado de los electores blandos e independientes a quienes finalmente habría defraudado. Pero en realidad, ese electorado blando o independiente, que no había votado al Frente para la Victoria/Unidad Ciudadana entre 2013 y 2017 pero se acercó al Frente de Todos, no reclamaba necesariamente un alejamiento de la Vicepresidenta (de hecho, la mayor parte no tuvo problemas en votarla como vice en 2019 para enfrentar a Macri). Sí en cambio, tenía y tiene una expectativa clara volcada en el gobierno en términos de resultados en general: con el control de la pandemia, con la recuperación de la economía y con el resto de temas que, con menos importancia, como seguridad o justicia, que también forman parte de la agenda social.

Como en los laberintos, de las confusiones y los falsos dilemas se sale por arriba. La cuestión para el gobierno no pasa hoy por el grado exacto de distancia que tiene respecto al kirchnerismo como línea interna (principal seguramente) dentro del frente oficialista. Sino en cómo recupera la agenda de gobierno para cumplir efectivamente con las expectativas depositadas por sus electores. La salida es con políticas efectivas y en sintonía con la sociedad. Sólo por citar algunas: recuperación económica, mejora de salarios y jubilaciones, política de viviendas, control de la pandemia. Si Alberto Fernández logra articular este conjunto de demandas que llevan al menos más de cinco años en la agenda social, seguramente deje de importar si habla con Cristina todos los días o sólo la llama para su cumpleaños.

*Politólogo y analista de opinión pública