Quiero pensar que los resultados de las elecciones legislativas del domingo han marcado un corte en la historia de nuestro país: el fin de una larga y traumática etapa y el inicio de una nueva y promisoria. Con su amplia victoria en gran parte del territorio, incluyendo la provincia de Buenos Aires, Cambiemos ha salido fortalecido como una alternativa viable de centroderecha. Su tarea ahora es clara: no defraudar a los millones de argentinos que le dieron su voto, consolidando un estilo de gobierno trasparente y llevando a cabo las reformas necesarias que dinamicen la economía y equilibren las finanzas. Argentina necesita urgentemente mejorar la competitividad, atraer inversiones extranjeras, afianzar la cultura empresarial y ampliar el mercado laboral para incluir así a un importante sector que se encuentra desocupado o con empleos precarios o pendiente de dádivas. La tarea que enfrenta el gobierno no es sencilla, lo sé; pero muchas sociedades han sabido cambiar oportunamente de rumbo y en pocos años pudieron comenzar a recoger los frutos.

También es parte constitutiva de la etapa que –imagino– está dando sus primeros pasos la formación de una oposición renovada. Todo sistema democrático maduro consta de un espectro de partidos políticos, de derecha a izquierda, que representan los intereses específicos de los diversos sectores de la población. El pluralismo partidista no es símbolo de debilidad, sino de fortaleza. Si Cambiemos será en las próximas décadas la nueva alternativa de centroderecha, es lógico que aparezca como contrapeso un renovado movimiento de centroizquierda. Al desplome del radicalismo en el trágico 2001 ojalá lo acompañe ahora la transformación del peronismo, un partido que ha albergado en su seno a corrientes tan distintas entre sí como el menemismo y el kirchnerismo, aunadas todas ellas por una serie de denominadores comunes: el asistencialismo, el populismo y una buena dosis de autoritarismo.

El radicalismo ganó las elecciones de 1916 porque los presidentes conservadores de hasta entonces no supieron dar respuesta a las demandas crecientes de cientos de miles de argentinos e inmigrantes radicados en nuestro territorio. Lamentablemente, Yrigoyen no estuvo a la altura de todas las expectativas que se habían creado y su segundo mandato fue interrumpido en 1930 por la primera dictadura militar. Luego vino la Década Infame con un modo de hacer política que se prolongó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esos quince años de conservadurismo, corrupción e incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos no hicieron desaparecer las necesidades y los reclamos de los sectores desfavorecidos, antes bien permitieron que se multiplicaran. Eso preparó el terreno para el triunfo de Perón en 1946, con lo cual la sociedad argentina osciló de un extremo al otro. De allí en más, nuestra historia fue el infructuoso sucederse en el poder de peronistas, radicales y militares

Si Macri quiere evitar que se repita la historia argentina del siglo XX, si realmente quiere dar vuelta la página, entonces no debe olvidar que la clave está en garantizar que el treinta por ciento de los argentinos sumidos en la pobreza se integre plenamente al sector productivo y logre gozar del bienestar económico y social.

*Marcos G. Breuer es doctor en Filosofía. www.marcosbreuer.wordpress.com[1]