El mundo está cambiando. Decir esto en un punto es no decir nada, podría argumentar Heráclito. Sin embargo, si hacemos referencia al sistema internacional, lo es: estamos frente a una progresiva transición de poder: en términos generales, ésta se da desde Occidente hacia Oriente; más específicamente, se expresa en un creciente balanceo entre Estados Unidos y China. Consideremos la evolución histórica del peso de sendos países en la economía global. En 1990 -en el apogeo del unilateralismo estadounidense- la participación de la economía de los Estados Unidos en el Producto Bruto Mundial (con ajuste por Poder Adquisitivo [PPP]) era del 24,7%, mientras que la de China era del 3,9%. En el 2011, según el mismo cálculo, la participación del PBI estadounidense había disminuido a un 19,1% y la del gigante oriental había ascendido a un 14,3%[1]. Ya en 2017, la economía china, con un PBI de 23.300.783 millones de dólares (PPP), superó a la estadounidense, cuyo PBI era de 19.390.604 millones de dólares[2]

La agresiva política comercial de Trump debe ser enmarcada en este ciclo largo –aunque brusco - de cambio. Ya en la presidencia de Barack Obama la estrategia del Pivoteo hacia Asia y la promoción del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica habían evidenciado que la mirada de los policymakers estadounidenses se hallaba situada en el ascenso meteórico del Reino del Medio.

Aunque existían roces diplomáticos, la política de engagement previa a Trump era comprendida generalmente como un intento de Estados Unidos por involucrar e insertar a China dentro del orden liberal internacional. En 1945, unos días antes de morir, Franklin Roosevelt manifestó: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Eso mismo es lo que Estados Unidos pregonó crecientemente frente a China en este siglo. En consonancia con el incremento de la economía China y de su influencia internacional, Estados Unidos buscaba involucrarla y mantener parte de los costos de sostener el orden del que tanto se había y se encontraba beneficiando.

Lo anterior indica que Trump no salió de un repollo. Por el contrario, varios de sus diagnósticos internacionales son una continuación más extrema de políticas o tendencias que lo antecedían. Este argumento se aplica a su explicitado desinterés por mantener la OTAN, ya que previo a su presidencia existía un malestar importante dentro de la elite de política exterior estadounidense debido al financiamiento abrumadoramente mayoritario de la alianza militar por parte de Estados Unidos. Asimismo, el quiebre del Acuerdo Nuclear con Irán siguió la línea política sostenida por el Partido Republicano durante su dificultosa aprobación. No olvidemos que la manifiesta oposición partidaria llevó a un escándalo diplomático durante la presidencia de Obama, al invitar a Netanyahu, Primer Ministro israelí, a exponer frente al Congreso estadounidense en contra de la aprobación del acuerdo. Por último, pese a la polémica por la salida de Estados Unidos del TPP, cabe tener en consideración que ningún candidato se había expresado en su favor en la campaña presidencial del 2016 por sus potenciales efectos distributivos al interior del país.

Todo esto implica que la esperanza dentro de Estados Unidos y el resto del mundo, de que Trump sea meramente un paréntesis, luego del cual retornará el viejo orden liberal, parecen destinadas a ser decepcionadas.

Dentro de los internacionalistas hay fuerte preocupación por las implicancias de la política de imposición arancelaria del presidente estadounidense. Su justificación radica en el intento de reducir los sostenidos déficits comerciales bilaterales de los Estados Unidos. Sin contar el sesgo mercantilista de Trump -que percibe a los superávits como buenos y a los déficits como negativos-, los fundamentos para esta medida son varios: desde la preocupación por la seguridad nacional (que llevó a imponer los aranceles del 10% sobre el aluminio y 25% sobre el acero), a argumentos sobre la transferencia desleal de tecnología por parte de China (que parecería conducir a una limitación de las inversiones en empresas estadounidenses por parte del gigante asiático), incluyendo también la amplia política de subsidios del régimen chino. No obstante, el justificativo más importante de todos es la sangría de empleos que Trump le endosa a las políticas aperturistas, por las que considera que China y otros países han estado “saqueando” a los norteamericanos.

A pesar de que los montos totales afectados por las sanciones comerciales aplicadas hasta el momento no son elevados, las mismas han captado la atención pública por involucrar –a través de la inteligente la estrategia retaleatoria de la Unión Europea- a sectores económicos ubicados en las circunscripciones de políticos relevantes en la coalición de Trump y, sobre todo, a empresas icónicas de los Estados Unidos, como Harley Davidson. Por otro lado, a nivel mediático, dichas medidas se han popularizado por el temor en las elites de que se produzca escalada que, en su caso extremo, podría producir una guerra comercial.

Si bien por el tamaño de su economía Estados Unidos tiene espalda para aguantar este tipo de políticas, indudablemente su oleada proteccionista incrementará los precios internos de los productos afectados y de los productos finales en caso de que sean utilizados como bienes intermedios (como en el caso de una parte importante de las importaciones que vienen desde México). A este punto también contribuirá la escasez de mano de obra, fomentada por la política migratoria de Trump. Por otra parte, se estima que la reducción de la competencia interna ocasionará progresivas pérdidas de productividad al país.

A nivel global, la escalada retórica, la imposición de medidas arancelarias proteccionistas por parte de los Estados Unidos y de las estrategias retaleatorias por parte de la Unión Europea, Rusia, China y otros, suscitan el temor a una escalada arancelaria. A pesar de que por el momento su plausibilidad es limitada, según estimaciones del Banco Mundial, en base a los aumentos de aranceles permitidos por la Organización Internacional de Comercio (que podrían incluso ser superados en caso de un incremento significativo de las tensiones), de concretarse una guerra comercial esta causaría una declinación aproximada del 9% del comercio global, similar a la ocasionada por la crisis financiera del 2008. De ser así, esto tendría impactos sobre los países desarrollados pero más aún sobre los emergentes, quienes son dependientes de la performance económica de los primeros.

Más allá de estas consideraciones, es relevante notar la marcada beligerancia de Trump, que no solo se extiende a blancos predecibles como China sino que controversialmente incluye a aliados históricos, como la Unión Europea y Canadá, entre otros. Estas acciones debilitan tanto la cohesión de la tan famosa “alianza transatlántica”, lo que se puede evidenciar perfectamente al ver el escándalo causado por Trump en la última cumbre del G7, así como también al multilateralismo, que se ve amenazado bajo la política transaccionalista y bilateralista de Trump.

Por último, analicemos a nuestro país. Aunque es cierto el hecho de que el cambio del “humor global” afectó la estrategia de inserción internacional de Argentina, que se encontraba delineada más bien pensando en un mundo pro-globalización, en relación al área comercial por el momento no se ha producido un perjuicio significativo. Exceptuando las trabas estadounidenses al biodiesel (una carga importante pese a la apertura de la exportación de limones), nuestro país ha sido uno de los pocos que cuenta con una excepción a la imposición de aranceles al acero y aluminio. Sin embargo, no debemos obviar que si bien las políticas proteccionistas impactarán mayormente sobre otros países emergentes, la política comercial de la Argentina deberá seguir analizando estratégicamente los acontecimientos que depare el giro proteccionista que se da en el mundo. Esto no solo se debe a su importancia para la política comercial nacional sino también porque, al ejercer la presidencia del G20 a fines de este año, el rol de nuestro país como facilitador de diálogo entre los estados podría acaso ser un medio facilitador (no necesariamente para producir consensos sobre políticas concretas, algo altamente improbable en este contexto) para reducir las tensiones que podrían desencadenar consecuencias negativas para el crecimiento económico y el ordenamiento global.

*Analista e investigador. Es politólogo por la Universidad de Buenos Aires y actualmente se encuentra realizando el Máster en Política y Economía Internacionales en la Universidad de San Andrés. Twitter: @AMSchelp

[1] Datos del Centro de Economía Internacional en base al Fondo Monetario Internacional.

[2] Datos del World Databank del Banco Mundial.