Para un país periférico semidesarrollado como Argentina, el dólar (divisa) es un recurso estratégico cuya disponibilidad condiciona fuertemente las posibilidades de crecimiento y desarrollo económico. De la disponibilidad de dólares depende el poder importar insumos y tecnología para la producción de todo tipo, poder financiar proyectos y, eventualmente, pagar los servicios de ese financiamiento. El tema central es que el país no emite ni produce dólares. Las únicas formas de adquirirlos son exportando más de lo que importa, generando un superávit comercial, o pidiendo préstamos cuyos servicios y eventual cancelación requerirá la generación de los dólares suficientes (mediante superávit comercial).

El problema que generalmente ocurre en países periféricos es que los procesos de crecimiento y de desarrollo terminan generando más demanda de dólares de los que se producen con las exportaciones, topándose así con la famosa “restricción externa”. Ante esta situación, los gobiernos neoliberales, como el de Cambiemos, recurren rápidamente a los mercados de capitales internacionales para conseguir los dólares que la economía local no está produciendo. El problema es que las políticas macroeconómicas libremercadistas que típicamente implementan estos gobiernos, no hace más que exacerbar el problema.

Esta fue la situación que heredó el Frente de Todos en diciembre de 2019 luego de cuatro años de macrismo: profunda recesión económica, deuda insostenible y en default virtual, y una marcada escasez de divisa. La negociación de reestructuración de la deuda emitida bajo ley extranjera, concluida recientemente, garantiza un panorama de alivio significativo de necesidad de divisas por cuatro años. Sin embargo, hay otras exigencias de divisa además de la deuda pública que complican el panorama.

En primer lugar está la negociación con el FMI, que acaba de reiniciar el gobierno. Cuando a comienzos de 2018 los mercados de capitales del norte se cerraron para la Argentina, Macri recurrió al FMI para evitar un default sobre la deuda insostenible que él mismo había acumulado. El FMI le otorgó un préstamo de monto sin precedentes, del cual llegó a desembolsar 45 mil millones de dólares en un año. Gran parte de ese préstamo sirvió para financiar la creciente fuga de capitales, cosa que está explícitamente prohibido por el estatuto del FMI. El acuerdo macrista con el Fondo fracasó estrepitosamente por lo que el gobierno de Alberto Fernández deberá negociar un nuevo acuerdo, que debería extender significativamente los plazos originalmente pactados e, idealmente, también una moratoria, para dar tiempo a una recuperación económica luego del desastre macrista y la pandemia.

Sin embargo, aún si lograse negociarse un cronograma de pagos favorable, resta ver si el FMI intentará imponer sus habituales condicionamientos de política macroeconómica. El Ministro Guzmán ya dijo públicamente que el ajuste fiscal no podrá ser parte de las condiciones ya que sería incompatible con una senda de crecimiento y recuperación económica. Quizás se pueda esperar alguna flexibilidad en este punto, pero resta saber si habrán otras condiciones. Por ejemplo, ¿exigirá el FMI la reprivatización total o parcial del sistema previsional? ¿Exigirá también la flexibilización laboral? Hay señales preocupantes en este sentido, y no está claro hasta dónde querrá o podrá el gobierno oponerse a esos condicionamientos. 

En segundo lugar, existe un problema desde el punto de vista de la demanda de divisa que si bien no es de la magnitud de la deuda pública con privados y con el FMI, es preocupante. Nos referimos a las deudas de corto plazo de residentes privados. Durante gran parte de la gestión macrista, los préstamos y créditos comerciales externos crecieron significativamente. En la actualidad representan aproximadamente 36.000 millones de dólares, en su mayoría con vencimientos en el corto plazo; por lo que su refinanciación a tasas aceptables depende una parte de la evolución del flujo de fondos de quienes los pidieron (la caída del nivel de actividad y de comercio producto de la pandemia ciertamente no ayuda), pero también de la liquidez internacional. Si bien no tenemos datos desagregados del contenido de esa deuda, resulta fundamental conocer que parte de ella es deuda intra-firma para estimar el riesgo de esta demanda potencial de moneda extranjera.

En tercer lugar está el problema de larga data vinculado a la demanda de dólares por parte del público para atesoramiento personal. Los últimos informes del BCRA sobre el mercado de cambios muestran una evolución creciente de la demanda para atesoramiento por parte de las personas acumulando compras netas entre abril y julio por 1800 millones de dólares. En mayo, 2,4 millones de personas compraron dólares (el doble que en abril), en junio 3,3 y en julio 3,9 millones superando en ambos casos el récord de personas compradoras en la corrida de octubre de 2019. Si bien este no es un problema de gran magnitud comparado con los que describimos más arriba, complica políticamente y lesiona los pocos grados de libertad que ya tiene el BCRA para gestionar el tipo de cambio y las reservas internacionales.

Ante todas estas fuentes de demanda, ¿quién proveerá dólares? La única fuente genuina y sustentable es el comercio exterior y en este aspecto la tendencia no es muy alentadora. En el mundo, el comercio se reduce estrepitosamente y Argentina no es la excepción. Aquí no solo caen las exportaciones, sino que lo hacen con mayor intensidad que las importaciones. El volumen de dólares ingresados por exportaciones de bienes en el primer semestre es menor que en los últimos 4 años y, a pesar de la caída en las importaciones, la salida de dólares para pagarlas no se redujo tanto como durante el mismo semestre del 2019. ¿Por qué?  Lo que pasó es que en 2020 se facturaron y entregaron menos importaciones, pero se cobraron más, producto de las deudas comerciales acumuladas en años anteriores. Como resultado nuestro superávit del balance comercial es la mitad comparado al del año 2019, no llega a 5700 millones de dólares en el primer semestre del año.

En resumen, el problema de la demanda de dólares y la restricción externa tienen múltiples aristas que se tornan más complejas en la situación actual de pandemia. Se requerirá de un manejo cuidadoso y austero de las exiguas reservas internacionales que dejó el macrismo para hacer frente a las múltiples demandas, a la vez que se garantiza un sendero sustentable de crecimiento y desarrollo.

*En co-autoría con Mariano Arana. Investigadores docentes del Área de Economía Política, UNGS. Twitter: @EconomiaPolUngs