Pero no alcanza en denunciar la “mentira” de un gobierno que no cumple con sus promesas de campaña. No alcanza con buscar sinceridad en la política, con pensar que entonces es un problema moral, de codicia o insensibilidad de los que nos dirigen. La política se despliega también en un plano conceptual. Eso no quiere decir que sea un problema de ideas abstractas. El concepto es justamente lo que se piensa y se hace cuerpo, es un principio de acción, funda el qué hacer.

 Volvamos entonces a los conceptos que dominan hoy las acciones del gobierno actual. En el año 2001, el informe anual del Banco Mundial instaló la necesidad de “luchar contra la pobreza”. Preocupado por la legitimidad social de lo que se llamaban los Planes de Ajuste Estructural, el organismo internacional propone llevar, cito, “la pobreza a niveles aceptables”.

Las ideas de Amartya Sen van a ser orientadoras de estas políticas que siguen con cínica vigencia. Según el economista para salir de la pobreza es necesario levantar las barreras que impiden al individuo a desarrollar sus aptitudes propias y que así pueda llegar al mercado. Luchar contra la pobreza es facilitar el acceso de los individuos a la economía de mercado y en particular a las finanzas para poder convertirse en “empresarios”. Las personas tienen la aislada responsabilidad de cambiar su vida. El Estado solo tiene que sacar las trabas y ayudar a su endeudamiento.

Estas concepciones se han convertido en muchos lugares del mundo en un sentido común. Sin embargo, nunca pudieron ni podrán dar resultado. De hecho no hay un solo ejemplo exitoso en el mundo y menos en estos momentos de la historia dónde predomina la ganancia financiera. Permítanme esgrimir algunos argumentos del por qué.

La pobreza es un problema relacional. La posición en la escala social depende, entre otros factores, de la distribución de la riqueza, es decir de cuánto se pagan los trabajos y el dinero. Cuanta más concentración de la riqueza menos remuneración tienen los más pobres. Cuánto más financiera es la ganancia menos el trabajo es un factor de distribución. Cambiar la distribución es un cambio de raíz de la economía que requiere que por lo menos la diferencia entre los ingresos más altos y los más bajos sea lo más cercana posible. En los países con muy poca pobreza, la relación es de 1 a 6 y el eje de la sociedad es la actividad productiva. En la argentina esta relación es de de 1 a 26,8 (era de 18 al final del 2015). Luchar contra la pobreza requiere luchar por la distribución de la riqueza y por la centralidad del trabajo.

La otra manera de compensar la distribución desigual de las ganancias tiene que ver con otro proceso que se llama redistribución. Es el gasto del Estado, en educación, en salud, en jubilaciones en políticas sociales que permiten aumentar las condiciones de vida de los más pobres. Luchar contra la pobreza requiere luchar por la redistribución de la riqueza y por ende defender el gasto público. Esto último es justamente lo que ataca la lógica de endeudamiento con organismos como el FMI.

Tanto la distribución como la redistribución de la riqueza son procesos de valorización que se construyen en cierta medida contra la tendencia a financiar la economía. Ambos procesos le dan valor a los trabajos de los más pobres pero también a su existencia social. Claramente la valorización tiene una dimensión política y moral de respeto por los más relegados en la escala social, por sus historias, por sus aportes insoslayables a la construcción del país y a nuestro devenir. ¿Quiénes construyen las rutas, cosechan los frutos, reciclan la basura o fabrican ladrillos?

Pero de nuevo no podemos dejar la lucha contra la pobreza en manos de la buena voluntad y la mala consciencia de parte de la dirigencia. Lo que permite torcer la historia, orientar nuestro país hacia una sociedad más justa (por ende menos violenta y menos convulsionada) es la organización colectiva (cómo el notable caso de la Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular) y la creación de instituciones que permitan valorar el trabajo de los más pobres.  Este es el sentido de conceptualizar la pobreza como un problema relacional: las instituciones deben identificar los procesos que fabrican la pobreza y contrarrestar la desvalorización del trabajo. Luchar contra la pobreza no es facilitar el acceso al mercado, es valorar los trabajos de los pobres gracias al poder de organizaciones que se institucionalizan.

*Doctor en Sociología Económica de la EHESS de Paris, Profesor del IDAES UNSAM e Investigador del Centro de Estudios  Sociales de la Economía