Con el surgimiento de líderes populistas, hay una sensación de que los relatos son más importantes que los datos. La Argentina fue uno de los primeros países que vivió este fenómeno con su grieta entre nacionalistas y liberales. La grieta oculta la realidad por fines políticos; dependiendo de qué canal mirás o qué diario lees, la Argentina está mejorando o está en crisis. Donde hay grieta, es difícil saber cuál es la realidad que vive el país. Por ejemplo, en 2013 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner decía que el país tenía un nivel de pobreza por debajo de Alemania. Ahora el gobierno de Mauricio Macri reconoce que el país vive una crisis de pobreza. Para un ciudadano común, estás contradicciones erosionan su fe en la política. La diferencia con el gobierno actual es que la comunidad internacional reconoce sus datos como serios pero la manipulación de los datos oficiales entre 2007-2015 creó una situación donde fue difícil saber cuándo empezó el relato y el dato, una sensación que permanece.

Sin duda, la Argentina al final del ciclo Kirchnerista era mejor que cuando empezó. Entre 2003-2011, el salario real creció y la informalidad laboral, la pobreza y la desigualdad bajaron bastante. Pero entre 2011-2015, el país no creció. Según datos de la SEDLAC, usando el método actual para calcular la pobreza, entre 2011 y 2015 la pobreza creció. Para evitar una crisis, el gobierno anterior aumentó el empleo estatal a niveles inéditos. Según datos del FMI, la masa salarial del estado creció de 7.8 por ciento del PIB en 2003 a 12.6 en 2015. Si se agrega el monto de plata dedicado a subsidios, el Gobierno anterior dio a cualquier gobierno subsiguiente una herencia pesada porque aumentó el déficit estructural. Y la única manera viable para bajar el costo del estado sin un estallido social es el crecimiento económico y es el desafío central para el actual gobierno.

 Pero es falso que la herencia de los Kirchners fue solamente mala. En realidad, muchas de las políticas de los Kirchners sigue y, en algunos casos, se expandió con Mauricio Macri. Estas políticas incluyen la negociación colectiva, el salario mínimo y políticas de transferencias como la Asignación Universal por Hijo y la expansión de acceso al sistema provisional. Gracias a estas políticas, Argentina está ubicada en el segundo lugar en la región (detrás de Uruguay) por su nivel de desigualdad. También, si toda la región usaba el mismo método para medir la pobreza de la Argentina, solamente Uruguay tiene un nivel de pobreza más baja. El gobierno anterior y el actual abordaron a las primeras patas de una política para mejorar la distribución del ingreso: la primera, políticas activas en el mercado laboral. La segunda pata fueron las políticas de transferencias por los excluidos. Pero, hay un límite cuando estas políticas pueden bajar la exclusión social y la Argentina está tocándolos. La tercera pata es el aumento de la productividad y esto es el más difícil y complicado para promover.

Los costos del capital siguen bajando y cada vez es más rentable usar tecnología en lugar de trabajadores. Un estudió del FMI sobre las causas del empeoramiento de la masa salarial en EEUU muestra que la automatización explica hasta el 57 por ciento del declive. Entonces, la tercera pata es difícil porque implica coordinación entre todos (gobierno, sindicatos, empresarios y ciudadanos) para ajustarse al nuevo mundo de trabajo. Es central para aumentar la productividad y empleo mejorar la educación con un sistema flexible. Como Eduardo Levy Yeyati nota, “la única educación que parecería tenerse en cuenta en lo laboral es aquella que se anticipara a las nuevas demandas y orienta al estudiante en lo que buscan sus potenciales contratantes”. Entonces, cualquier gobierno de cualquier signo político va a enfrentar una realidad: la vía de desarrollo es basado en el capital humano y una cultura de trabajo.

*PhD en ciencias políticas por la Universidad de Toronto. Twitter: @NicSaldias