La magnitud de la crisis del COVID-19 vuelve redundante los superlativos. Millones de infectados y miles de muertos son sus terribles impactos inmediatos. El virus dejará también heridas abiertas en la economía, en particular, en los países de menor ingreso relativo.

Desde el punto de vista sanitario, el mundo en desarrollo presenta ventajas y desventajas. Tiene poblaciones jóvenes, y por lo tanto, una menor proporción de personas en riesgo grave. En América Latina sólo el 8.5% de la población tiene más de 65 años, mientras que en África Subsahariana ese porcentaje apenas alcanza el 3%. En la Unión Europea, los mayores de 65 son más del 20%.

En paralelo, el mundo en desarrollo presenta un caldo de cultivo perfecto para la enfermedad: mayor pobreza e informalidad, trabajo autónomo de baja calidad, acceso deficiente al saneamiento y agua potable, hacinamiento urbano,  sistemas de salud y redes de seguridad social débiles. En esas condiciones, las políticas de aislamiento están destinadas a colapsar sin estrategias complementarias.

Al mismo tiempo, los gobiernos en países en desarrollo enfrentan un triple shock económico: caída de los ingresos externos (exportaciones, remesas y turismo), aumento del costo del financiamiento internacional y recesión autoinducida por las cuarentenas. Este shock reduce los ingresos fiscales y aumenta la demanda de asistencia a los hogares y las empresas. 

La capacidad de respuesta de política económica varía de acuerdo al espacio fiscal de cada país. En América Latina, por ejemplo, mientras Perú lanzó un paquete de asistencia de 12% del PIB, en la Argentina apenas supera el 1%. 

Esta capacidad está vinculada, a su vez, al acceso a los mercados financieros internacionales, en un contexto de un frenazo súbito de los flujos de capitales hacia los mercados emergentes. La situación macroeconómica previa a la crisis determina las condiciones del acceso al financiamiento. Paraguay, por ejemplo, recientemente emitió un bono a 10 años a menos del 5% anual.

Estas condiciones son importantes porque las heridas económicas que dejará el COVID-19 en los países en desarrollo están directamente vinculadas a la capacidad de los gobiernos de minimizar la duración y la profundidad de la crisis.

Un manejo sanitario deficiente dejará un pesada herencia en términos de enfermedades y muertes, con impactos duraderos sobre la productividad laboral. Una inadecuada política económica dejará tasas elevadas de desempleo y destrucción de empresas. La combinación de ambos legados podría determinar una recuperación más lenta en la post-pandemia, e incluso un menor crecimiento en el mediano plazo. 

La reducida capacidad fiscal de los países en desarrollo vuelve fundamental a la asistencia internacional. Mientras que el FMI anunció recursos por US$ 1 trillón de dólares para asistir a la emergencia, las necesidades de financiamiento podrían superar los US$ 2.5 trillones. Sin apoyo adecuado, será preciso encarar inoportunos ajustes contractivos del gasto, o eventualmente, enfrentar problemas de sustentabilidad de la deuda. 

En ausencia de una vacuna o de una situación en la que el 80% de la población haya desarrollado inmunidad, el ritmo de la economía estará marcado por el COVID-19. La posibilidad de rebrotes podría dar a lugar a una “economía intermitente”, marcada por la necesidad de regresar a las cuarentenas, como ya está ocurriendo en Alemania, Taiwán o Singapur. 

Sin embargo, el potencial de las economías en desarrollo de aprovechar el “nuevo normal” de un mayor comercio internacional de servicios en base al teletrabajo está limitada por la baja productividad, la infraestructura de mala calidad, los débiles incentivos a la innovación, y una deficiente integración comercial, entre otros problemas. 

Esta crisis probablemente genere cambios permanentes en la estructura de la producción, el trabajo y el comercio internacional a nivel mundial.  Para el mundo en desarrollo, el mandato imperativo es reducir las muertes y enfermedades vinculadas al COVID-19 pero también repensar la  organización de su economía para enfrentar mejor preparados este nuevo y complejo futuro. 

*Senior Fellow del Centro para el Desarrollo Internacional de Harvard University. Twitter: @LucioCastro_ En co-autoría con Juan Pablo Rud, profesor de Royal Holloway, Universidad de Londres. Twitter: @juanpablorud