He aquí algunas sensaciones que el consumidor típico experimenta ante la dinámica de las variables nominales en Argentina. Primero, los precios parecen subir más de lo que indica la inflación. Segundo, con cada devaluación fuerte, los precios crecen al ritmo del aumento del dólar. Tercero, si un tiempo después de la devaluación el tipo de cambio se retrae, los precios no responden a la baja. ¿Son estas percepciones correctas?

Como suele suceder, la respuesta es “parcialmente”. Estrictamente, estas sensaciones no pueden ser definitivamente ciertas. La primera percepción implicaría que el cálculo de la inflación es incorrecto, algo que alguna vez ocurrió pero ya no es así. La metodología del cálculo de evolución de precios es amplia y compleja, y por tanto difícil de estimar para el público, que concentra su atención en los cambios de precios salientes (las subas más pronunciadas). La gente rara vez calcula promedios, y mucho menos variaciones mensuales o anuales. Además, la canasta y los lugares de gasto de cada persona no necesariamente coinciden con los del promedio de la sociedad, por lo que la inflación afecta diferencialmente a cada familia. Del mismo modo, la percepción de que las devaluaciones se replican en aumentos de precios equivalentes no siempre se verifica, y si bien el traspaso a precios en Argentina se suele materializar, normalmente tarda varios meses en completarse. Finalmente, tampoco es fácil para el público determinar en qué medida la caída nominal del tipo de cambio afecta o no a los precios a la baja.

Dicho esto, algunas percepciones de impacto de la inflación pueden no ser del todo equivocadas. Consideremos el caso de una fuerte devaluación como la experimentada en los últimos meses. Estos episodios suelen traer aparejadas subas más resueltas en los bienes transables que en los no transables. Como la canasta de los menos favorecidos es fundamentalmente transable, este grupo tiene una (adecuada) percepción de inflación más elevada que la que se publica oficialmente, que es un promedio.

Un segundo efecto negativo de las devaluaciones violentas es que la inflación resultante no es compensada hasta un tiempo después, en las paritarias siguientes. Así, la aceleración inflacionaria reduce el salario real bruscamente durante un plazo no menor. Para peor, cuando la inflación es consecuencia de una suba del gasto público, de mayores salarios o de la elevada actividad económica, la suba de precios tiende a “compensar” una situación previa transitoriamente ventajosa. Pero en el caso de una devaluación, el orden se invierte y la inflación viene primero, sin compensación hasta el próximo ajuste salarial. Para colmo, las devaluaciones suelen ser consecuencia de la falta de dólares, lo que rara vez se asocia con una situación previa beneficiosa para las clases medias y bajas, siendo que la fuga de capitales se suele concentrar en las capas más altas de la sociedad. Los que aprovecharon el dólar barato no suelen ser los mismos que terminan pagando con la devaluación.

Finalmente, la ausencia de relación percibida entre apreciación cambiaria nominal y baja de precios también tiene algo de verdad. En un contexto de inercia inflacionaria e incertidumbre cambiaria, la baja del dólar rara vez convence a las firmas de reducir sus márgenes para atraer clientes, porque la confusión de precios reinante impide el normal funcionamiento de la competencia y no se espera vender más mediante esta estrategia.

Las impresiones de la gente común rara vez se condicen exactamente con los datos macroeconómicos duros, pero no siempre están completamente faltas de realismo. Entender estas percepciones puede ser importante para realizar un seguimiento más exhaustivo acerca de quiénes son los ganadores y los perdedores ante eventos macroeconómicos de alta conflictividad.

*Economista, docente de Macroeconomía de la UBA, ex Director del Ministerio de Economía. Twitter: @Iron_Hic_Man