En las últimas semanas ha vuelto a estar al tope de la noticias un clásico argentino: la cotización del dólar. Desde la última dictadura cívico-militar la moneda norteamericana se ha vuelto una obsesión constante para buena parte de la sociedad argentina. ¿A qué se debe esto? Lejos de abonar visiones que ponen el acento en una supuesta debilidad cultural de los argentinos por la moneda norteamericana, en esta breve columna trataré de presentar algunas cuestiones socioeconómicas que, a mi juicio, permiten explicar el peso determinante que tiene el dólar en la sociedad argentina.

En primer lugar, es importante distinguir entre dos conjuntos de actores económicos que operan con el dólar: por un lado se encuentran sectores de clase media y media-alta que buscan en el dólar un activo de refugio que les permita conservar sus ahorros en el tiempo; por otro lado, están las grandes empresas -y sus propietarios-, las cuales han dolarizado su ciclo de negocios.

En el primer caso, la dolarización de los ahorros comenzó a tallar fuerte tras la liberalización financiera impuesta por la última dictadura, que coincide también con el inicio de la valuación de los inmuebles en moneda extranjera. Se trata de un mecanismo defensivo de ciertos sectores con capacidad de ahorro para preservar el valor de los mismos ante las reiteradas devaluaciones ocurridas en la historia argentina. Si bien es una forma de atesoramiento bastante rudimentaria –ya que esos dólares son mayormente retirados del circuito productivo y financiero y por lo tanto no rinden ninguna ganancia o interés-, se ha mostrado práctica y efectiva. El hecho de que los dólares terminen bajo “el colchón” o en cuentas en el exterior se debe tanto a prácticas de elusión fiscal como a las importantes crisis que sufrió el sector bancario local (1981, 1989, 1995, 2001). Pero además del atesoramiento, los sectores medios también generan una demanda indirecta de dólares a través del consumo de bienes y servicios importados o con alto componente importado (celulares de gama media y alta, computadoras, automóviles, servicios de streaming, etc.) y a través del turismo en el exterior.

El segundo caso, el de la dolarización del excedente de las grandes empresas, es aún más importante en términos cuantitativos. Se trata de un fenómeno que se ha intensificado con la globalización y financiarización de la economía mundial. En primer lugar, la apertura de la economía y la desregulación de los movimientos de capitales han intensificado el proceso de extranjerización económica. Las grandes empresas extranjeras se han vuelto predominantes en el seno de la cúpula empresaria argentina, siendo también las de mayores niveles de rentabilidad. Como es sabido, buena parte de las ganancias obtenidas por las firmas extranjeras son remitidas a sus casas matrices en el exterior, favoreciendo así el drenaje de dólares. Asimismo, suelen importar una parte considerable de los insumos que utilizan desde filiales ubicadas en el extranjero.

Sin embargo, el capital extranjero no es el único que busca dolarizar sus ganancias. La globalización ha tendido a unificar el espacio de acumulación a nivel mundial, el cual se mide en términos de divisas y no de dinero local. En este sentido, las grandes empresas nacionales que han resistido la ola de extranjerización se encuentran en su mayor parte transnacionalizadas (ya sea por la vía comercial, financiera y/o productiva) y, por lo tanto, miden su rentabilidad de manera similar a sus pares extranjeras. Si bien no remiten utilidades, los grandes grupos económicos argentinos han sido históricamente uno de los protagonistas centrales de la fuga de capitales.

Este, que es un fenómeno mundial, se ve agravado en países como Argentina, donde la globalización con financiarización ha generado una contracción de los espacios de inversión. Por otra parte, la reducida proporción de las ganancias que se reinvierte en la economía “real” tiende a favorecer la adquisición de medios de producción en el exterior, especialmente los que presentan mayor valor agregado y contenido tecnológico, lo cual implica una creciente demanda de divisas para importaciones.

La escasez de divisas es un problema estructural en la Argentina que solo se ve atenuado por circunstancias excepcionales como lo fueron la entrada de dólares por las privatizaciones de las empresas públicas (primera mitad de la década de 1990), por endeudamiento externo e inversiones especulativas (dictadura militar, segunda mitad de los años noventa y los primeros dos años y medio de Macri) o por la existencia de elevados precios internacionales de los productos de exportación (década de los 2000). No hace falta recordar que todos los ciclos de elevado endeudamiento externo han terminado en crisis económicas con devastadoras consecuencias sociales.

La dependencia argentina del dólar sólo podrá ser superada de manera sustentable con un proyecto de desarrollo que impulse una reindustrialización inteligente que permita modificar el perfil de inserción internacional del país. Difícilmente ello ocurra de la mano de los grandes actores del poder económico que se han venido beneficiando a costa del perjuicio de las mayorías.

*Doctor en ciencias sociales (FLACSO). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Área de Economía y Tecnología de la FLACSO. Twitter: @AndresWainer1