Hace algunos años el economista Paul Davidson publicó una anécdota. Había ido a cenar a un sofisticado restaurante de Illinois, pero esa noche el lugar estaba semivacío. Le preguntó entonces al gerente si contrataría más mozos y cocineros si sus impuestos se redujeran y/o si el gobierno eliminara las regulaciones existentes. El gerente lo miró con extrañeza y contestó lo obvio: que sólo contrataría más personal si tuviera más clientela.

Davidson sostiene que así funcionan las cosas en el mundo real: los empresarios tendrán confianza para expandirse y contratar empleados sólo si esperan que la demanda del mercado sea alta y creciente. El economista llama “Hada de la Confianza” a la idea de que la desregulación estimula la inversión, y sospecha que este es simplemente otro nombre para quienes abogan por una economía favorable a unos pocos ricos, a expensas del resto.

Hay ejemplos que justifican la posición de Davidson. Varios economistas, incluso en países desarrollados, apostaban al Hada de la Confianza para lograr una recuperación económica tras la crisis de 2007-09. En lugar de gastar en obra pública, debían reducirse el gasto y los impuestos, y desregular la economía. Afortunadamente la economía mundial se coordinó para hacer todo lo contrario, gracias a lo cual logró cierta recuperación.

El argumento de Davidson, para estar seguros, no es anti-mercado, sino favorable al beneficio empresarial. Pero Davidson también pondera el rol regulador del gobierno, no para limitar el lucro, sino para reducir el impacto negativo de las prácticas especulativas, que finalmente terminan por afectar a todos, incluso a las propias empresas. Durante el estricto marco regulatorio de posguerra, las empresas manufactureras y financieras del mundo capitalista prosperaron operando con arreglo a los reglamentos vigentes y pagando impuestos a las ganancias mucho más elevados que los  actuales. Aquel cuarto de siglo mostró una elevada tasa de crecimiento, incluso superior a la de la época de la Revolución Industrial. Y en los 80s una economía con regulaciones que hoy bien podrían ser consideradas irracionales e inadmisibles, comenzó el proceso de desarrollo más extraordinario de la historia humana, que aún perdura.

Argentina, se repite a diario, sufre una crisis de confianza. La expresión rara vez viene acompañada de alguna aclaración semántica, pero hay pocas dudas de que el concepto refiere a un aspecto estructural, no coyuntural, pues la confianza no se construye ni se destruye de un día para el otro. Un solo ejemplo de lo poco satisfactorio del término: si la única razón por la que Argentina no crece es la desconfianza en el peso, ¿qué hizo que la economía se expandiera tras la guerra, o durante buena parte de los 2000s? (Un analista se vio forzado a reconocer recientemente que el problema de confianza del país se remonta a… ¡Cien años atrás!).

Una alternativa que personalmente me resulta más precisa es que Argentina no sufre de falta de confianza sino de exceso de incertidumbre. La diferencia es que la primera expresión pone el peso de la responsabilidad en las autoridades, mientras que la segunda pone el énfasis en un cúmulo de desequilibrios actuales y pasados. El contraste es clave: la desconfianza refiere a dificultades duraderas de difícil solución, pero la incertidumbre puede referir a situaciones transitorias potencialmente reparables.

Pongamos estas definiciones ahora en términos del contraste propuesto por Davidson, y preguntémonos si vivimos una crisis de incertidumbre o una crisis de demanda. Lamentablemente, todo apunta a que sufrimos los dos males al mismo tiempo, y que es posible que se alimenten el uno al otro. La pandemia demolió la demanda agregada y elevó drásticamente la incertidumbre, lo que se suma a una tendencia similar observada en los años previos. La incertidumbre, a diferencia de la confianza, sí es una variable determinante para los empresarios en lo inmediato, porque significa que la demanda que esperan próximamente podría no materializarse, o que los precios de reposición terminen siendo muy diferentes de los actuales, o que se recortarán las posibilidades de importar determinados bienes para atender clientes. Es este tipo de riesgos palpables y realistas son los que afectan la inversión y el empleo.

Si algo podemos aprender de la anécdota de Davidson, es que las soluciones que se basan estrictamente en la desregulación lisa y llana de los mercados no funcionan. Dado el desagradable mix de incertidumbre y baja demanda, los sinceramientos de precios relativos (es decir, las devaluaciones) rara vez traen consigo una mejora de la confianza, más bien todo lo contrario. Más todavía cuando se sabe que estas salidas retroalimentan la inflación, generando más y no menos riesgos a futuro. La sostenibilidad de la demanda, por otro lado, es una condición necesaria pero en modo alguno suficiente para asegurar la recuperación. Finalmente, un ajuste fiscal violento y sostenido estará lejos de ganar en alguna de estas dos dimensiones

No es momento de apelar al Hada de la Confianza, sino al Hada de la Certidumbre. La primera pretende, blandiendo la varita mágica del mercado, que siendo la voz de la verdad y el equilibrio éste resolverá como por encanto la crisis. La segunda deja de lado los hechizos y apela en cambio a trabajar en un conjunto consistente de decisiones económicas integral que permita a las empresas recuperar sus beneficios reales y a la economía toda recuperar un sendero de crecimiento sostenido.

*Economista. Twitter: @Iron_Hic_Man