La respuesta es simple. No. La “tormenta internacional” no existe. El peso argentino se ha desplomado un 30% con respecto al dólar por la misma razón que lleva desplomándose hace años. La errada política es monetaria y fiscal.

Pensemos por un momento por qué el peso colombiano o el mexicano se han apreciado más de un 5% y por qué la lira turca, el real brasileño o el peso argentino reflejan caídas de doble dígito. Claramente, la divergencia nos muestra que algo hay que diferencia a esos países, incluso con los riesgos políticos de México. El desplome de las monedas más frágiles, y el peso argentino la primera, es tristemente autoinfligido y, lo que es peor, era predecible.

Imaginen ustedes por un momento que se suben a un auto de enorme cilindrada, el tanque está lleno, la carretera vacía y sin límite de velocidad. Cada cierto tiempo, leen un cartel que dice “a 40 kms se acaba la autopista”, “a 30”, “a 20”… Pero ustedes siguen acelerando. Y llega el final de la autopista. La inercia hace que sigan un kilometro más, pero terminan en accidente. Eso es lo que muchos países emergentes han hecho durante los años de exceso de liquidez y bajos tipos de la Reserva Federal. Acelerar a pesar de que los miembros de la Reserva Federal avisaban constantemente, en todos los medios posibles, y repetidamente, que las tasas iban a subir y la liquidez se iba a limitar.

…Y llegó el accidente.

¿Es una tormenta internacional? Sí y no. Es internacional porque demasiados países se lanzaron por la carretera a toda velocidad y sin frenos a pesar de las señales de advertencia. Dos años consecutivos avisando que se acababa el dinero gratis. No, porque un importantísimo número de países que no cayeron en la trampa de pensar que esta vez era diferente, ven sus monedas revalorizarse y además sus economías fortalecerse.

Los gobiernos de Argentina tienen la triste costumbre de culpar al exterior de los problemas causados por una política monetaria y fiscal completamente equivocadas. Llaman “ajuste” a que el sector privado se descapitalice sin que se de la más leve mejora de eficiencia de la enorme carga pública. Y siguen subiendo impuestos porque dicen que recaudan poco y recaudan menos porque ahogan a la actividad privada con el efecto destructor de la inflación y la fiscalidad confiscatoria.

El “gradualismo” no solo no ha solucionado los problemas de la Argentina, sino que los mantiene.

Cuando una moneda se desploma un 30% contra el dólar y la siguiente de peor desempeño, la lira turca, con enormes problemas monetarios y fiscales, solo cae 33% menos que el peso argentino, no se puede caer en el autoengaño de culpar a la “tormenta internacional”.

La caída media de las monedas de países emergentes contra el dólar ha sido de un modesto 5%, la del peso argentino, superior al 30%... Y eso con el mayor acuerdo con el FMI, diez veces superior a lo que corresponde por cuota a Argentina.

Cuando llueve ligeramente en el terreno del vecino y en el tuyo se inunda la casa, el problema está en tu casa, no en la lluvia.

Pero, además, la excusa internacional es injustificada porque todos los ministros, gobernantes, analistas e inversores de los países emergentes sabían desde hace más de dos años que la Reserva Federal empezaría a reducir su balance en más de 40.000 millones de dólares mensuales y a subir tasas a medida que la economía se recuperaba. ¿A quién se le ocurre, ante ese anuncio, aumentar déficits fiscales y aumentar la masa monetaria en casi diez veces el crecimiento del Producto Bruto Interno?

Cuando yo publiqué La Gran Trampa (Escape from the Central Bank Trap, en inglés) en 2017, lo presenté en varios países del mundo. La respuesta que me encontraba cuando alertaba sobre el riesgo de caídas abruptas de flujos de fondos a países con políticas fiscales y monetarias débiles, la “parada en seco” siempre eran las mismas: “Esta vez es diferente”, “El dólar va a seguir débil”, “la Reserva Federal no se atreverá a hacer lo que ha anunciado”.

La política de la cigarra: ignorar que llega el invierno. Y muchos países, desafortunadamente liderados por esa gran nación que es la Argentina, aumentaron sus desequilibrios fiscales para no acometer los ajustes necesarios y urgentes y, aún peor, mantuvieron la enorme impresión de pesos para financiar el gasto público. Eso ocurría mientras se desplomaban las reservas de dólares al penalizar fiscalmente y monetariamente la inversión extranjera.

La política fiscal y monetaria de Kirchner fue un dardo envenenado al corazón de Argentina, un virus destructor del poder adquisitivo y la capacidad de crecer del país. La fórmula de la estanflación. Por eso, el gradualismo es una imposibilidad. Porque ningún enfermo se ha curado inyectándole el mismo veneno que le lleva al hospital, pero un poco menos.

Argentina es una gran nación. Sus empresas y profesionales son de los mejor preparados del mundo. El potencial del país es enorme. Mantener vivo un peso argentino desprestigiado por años de políticas destructoras, que casi ningún ciudadano argentino desea como reserva de valor y método de pago, es un desastre. La única solución hoy para la Argentina es un ajuste real, urgente, necesario y acabar con la fracasada política monetaria. Dolarizar es solo una parte de la solución. La otra es dolarizar adecuadamente, porque poner un cambio ficticio, como ocurrió en el pasado, solo traslada la depresión a un futuro cercano.

Argentina no se merece una política fiscal y monetaria que confisca la creación de riqueza vía impuestos e inflación. Merece volver a ser el país que fue antes de entregarse al populismo monetario. Y, como país lleno de excelentes profesionales, no puede permitir que los políticos culpen a un inexistente problema externo de lo que es un problema interno y, desafortunadamente, localizado.

Cuando tienes una casa destruida y hay un elefante dentro, no le echas la culpa a la providencia. Hay un elefante destruyéndola. Ese elefante es la política fiscal confiscatoria y la política monetaria inflacionista.

En los numerosos debates que veo en la TV argentina siempre aparecerá alguien que culpe al desastre de esa gran nación a todo menos al elefante. Y dentro de unos años me volverán a decir que no hay evidencia de que aumentar la impresión de pesos cause inflación y que la fiscalidad es muy razonable. Con el peso un 50% más abajo.

Querida Argentina, que no les engañen más. No hay gradualismo ni promesa electoral que haga que dos más dos sumen veintidós.


*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués. Twitter: @dlacalle